LA ESPERA Y LA ESPERANZA

La vida del hombre es una espera siempre. Pero también puede estar definida por lo que conocemos como Esperanza con mayúscula. Todos esperamos algo, a alguien, alguna retribución, alguna buena noticia. Y una vez que lo alcanzamos, volvemos nuevamente a esperar algo más, a alguien más o algún destino mejor.

TEMA DE NUESTRO TIEMPO

Cuando lo que esperamos se coloca en el horizonte de lo infinito, de lo espiritual, de lo eterno, cambiamos el nombre y hablamos de Esperanza. Es a lo que se refiere el Apóstol cuando dice que los cristianos con su vida diferente dan cuenta de su esperanza, que no está en los bienes de la tierra, sino en los del cielo. Es también a lo que se refiere Dante, cuando coloca en el frontispicio del infierno con esta frase: “Los que aquí entráis, perded toda esperanza”.

Entre las cosas que más llaman la atención al hombre común de nuestro tiempo es el desasosiego, la depresión, el desánimo o el desencanto al que llegan muchas veces las masas inorgánicas, por no tener más horizonte que el del placer momentáneo, el dinero fácil o la suerte. Pareciera que la vida del hombre común girara en torno a pequeñas pro piedades, pequeños momentos de satisfacción o búsqueda de fama y aplauso. Pero al darse cuenta de que todos estos objetos de espera se pasan, se pierden o simplemente no se alcanzan, los seres humanos llegan a un estado de desencanto que conocemos normalmente como frustración. Entre la Espera y la Esperanza, el hombre contemporáneo se debate alcanzando grados distintos de satisfacción, que en general se diluyen en el tiempo proporcionando esos estados de depresión o desencanto que son lo más común en nuestras modernas sociedades. Buscan paz y encuentran guerra, buscan placer y encuentran dolor, buscan satisfacción y bienestar y encuentran desasosiego y malestar.

Estatua ‘La Esperanza’ Jacques Du Brœucq (1505-1584) Arquitecto, Escultor. Países Bajos Fotografía: Jean-Pol Grandmont Fuente Digital: Wikimedia Commons

“…la depresión, el desánimo o el desencanto al que llegan muchas veces las masas inorgánicas, por no tener más horizonte que el del placer momentáneo, el dinero fácil o la suerte…”

POLÍTICA, ECONOMÍA Y PSICOLOGÍA

El hombre lleva su existencia en medio de la polis por la que como animal político se hace ciudadano; se desenvuelve en el mundo de los negocios, que

imprescindiblemente le arrancan de su natural tendencia al ocio y finalmente su vida es controlada por sus anhelos, propósitos y proyectos que fácilmente derivan en frustraciones, despropósitos y ausencias de sentido. La psicología le hace despertar cada día comprobando sus límites y sus complejos frente a los otros que lo inhiben, dirigen, exigen o desprecian. En su vida política y económica, el hombre se mueve con un psiquismo cada vez más interpelado e impulsado a obrar con normas comunes propuestas por la sociedad, entrando en el juego de las frustraciones colectivas. La vida social del hombre es un recorrido de pequeñas esperas que no se cumplen y de grandes proyectos que no llegan.

HUMANISMO EXCLUSIVAMENTE HUMANO

Todo parece decirle al hombre que solo él existe, que todo es de su propiedad, incluidos su origen y destino. El hombre contemporáneo a fuerza de repetirse en auto convicción y complacencia ha llegado al absurdo de construir un humanismo cerrado en el hombre, sin más destino que él mismo, sin apertura al infinito, sin opción a la vida eterna, sin apertura al Creador y a su reino prometido en la revelación bíblica.

Celebración Pascua de Resurrección Fuente: Durham Parks and Recreation

Son dos los mitos que el hombre tiene y ha tenido siempre ante sus ojos: el de Prometeo, que implica la autosuficiencia sobre el fuego sagrado, sobre la vida y la muerte, sobre el pasado y el futuro y el de Sísifo, el hombre eternamente condenado a cargar con su propia miseria.  Ambos son mitos de autorreferencial, de autono mía y finalmente de auto condena. “No hay dioses. Solamente hombres”- escribía Nietzsche. Estas tendencias humanistas lo han acompañado y al mismo tiempo abrumado desde el Renacimiento y agudizadas desde la revolución francesa. Todo es hombre y sólo es hombre. El espacio de lo eterno, del futuro, de la resurrección no existe. Solo y todo hombre. Es el sentido o el sinsentido del hombre moderno que vive eternamente a la espera, pero ya sin esperanza.

LA ESPERANZA DESDE LA FE

Muy otra es la visión del doctor de la humanidad, recopilador del pensamiento universal de filósofos y científicos, Tomás de Aquino. Diametralmente opuesta a la actual. El hombre es antes que nada “creatura”, dependiente del creador, “viator”, viajero o peregrino que persigue el destino eterno que se fija en la contemplación de Dios. Es hijo, dependiente del Padre, causa segunda  

dependiente de la primera, motor móvil sujeto al único motor inmóvil, efecto y no causa. Es Dios el que da la vida, el sentido y el destino. Es Él quien se coloca desde el principio como el fin de la vida, la razón de la existencia, la fortaleza que se ofrece a la debilidad, el final de la historia, el objeto de la contemplación beatífica y beatificante. Es Dios quien coloca al hombre en su propia historia de salvación, el que le otorga la similitud de imagen consigo, el que le fija el camino de la verdad, de la vida, de la belleza y de la unidad. 

Es Dios la esperanza definitiva del hombre. Este camina por la vía de la fe en la práctica de la caridad, movido por la esperanza del bien supremo.

LAS RAÍCES MORALES Y TRASCENDENTES DE LA ESPERANZA

Por sobre las virtudes humanas que propusiera Aristóteles como bases de la moralidad humana (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), el pensamiento cristiano encuentra en tres virtudes superiores, por su procedencia, el fundamento de la vida humana. Ellas son virtudes sobrenaturales por su origen y destino, avaladas por el designio divino que las promueve, funda y proyecta. No se cree, ni se espera, ni se ama sin el Espíritu de Dios. La fe y la esperanza son conductas provisionales, mientras el hombre se encuentra en camino. La caridad es la virtud que no tiene limitación; se inicia en esta vida, pero culmina y permanece en la otra. En definitiva, como dijera San Juan, Dios mismo es Amor. 

¿Qué es entonces la esperanza? Responde Josef Pieper asumiendo el pensamiento filosófico y sicológico común, al definirla como “tensión del ánimo hacia lo grande”, pero añadirá, desde el punto de vista teologal que la esperanza es la “virtud teologal infundida por Dios en la voluntad, por la cual confiamos con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella, apoyados en el

auxilio omnipotente de Dios”. En jerga escolástica, la espera es acto, mientras la esperanza es hábito. El acto de esperar es transitorio. La actitud de esperanza es permanente. En esa constante de la tensión del ánimo hacia lo grande se establece la virtud de la esperanza.

PRINCIPIANTES, ADELANTADOS Y PERFECTOS

En su “Teología de la perfección”, el profesor Royo Marín, comentando a Santo Tomás en el tema de la virtud de la esperanza, señala tres grados o escalones de perfección en el desarrollo de dicha virtud. Dice el autor (BAC, 2ª ed. 1955, pg.460-462) que a los principiantes corresponde al menos superar los escollos de la presunción y la desesperación como opuestos naturales al que espera. 

Asimismo, los principiantes desarrollarán el sentido de mirar hacia el cielo, tratando de superar los atractivos de la tierra, las amarguras propias de la existencia y las dificultades para tratar de ser buenas personas. El segundo grado o el de los adelantados implica un gran sentido de la providencia divina, una cierta simplificación de la vida de oración en el sentido de la confianza y un cierto avance en el desprendimiento de las cosas terrenales.

Finalmente, los llamados “perfectos” o seres que buscan de verdad la perfección evangélica serán aquellos que en todo ven la voluntad de Dios y la aceptan plenamente, los que llegan a una situación de paz y serenidad imperturbables ante todo y los que finalmente se encuentran ya abiertos a disfrutar del cielo desde toda circunstancia en la tierra.

LA VIRTUD ESTÁ SIEMPRE EN EL MEDIO

Como en todas las virtudes, que se encuentran siempre en el fiel de la actividad humana, la esperanza limita con dos polos opuestos, la presunción y la desesperación. Ni los presumidos, ni los desesperados pueden tener esperanza. Los primeros porque colocan en sí mismos el final de sus apetencias y tensiones, sin abrirse a ningún tipo de trascendencia. Los segundos, al interrumpir la posibilidad de la esperanza mediante la anticipación, tampoco llegan a plasmar el sentido trascendente de su propia existencia. 

Siguiendo a Santo Tomás, la desesperación y la presunción son provocadas por conductas que limitan la racionalidad o disminuyen la fuerza de la voluntad, ambas facultades necesarias para vivir en la esperanza. Tales actitudes son conocidas como la acedia y la lujuria. La primera se puede traducir como la insatisfacción, angustia, desencanto de actuar (es algo así como la pereza espiritual, el fastidio, la indiferencia ante el trabajo).

La segunda es el anticipo de la felicidad con pequeños sorbos que quedan en la sensibilidad más inmediata, lo que va gastando o consumiendo las energías que requerimos para aspirar hacia lo alto. Una y otra son las causas inmediatas de la falta de esperanza.  Un desarrollo más amplio de estas actitudes morales del ser humano, nos ayudarán a encontrar las razones del mal generalizado de nuestro tiempo. La acedia o displicencia y la lujuria o búsqueda inme diata de lo placen tero son los grandes causantes de la pérdida de hondura y sentido en la vida humana. Es decir, el gran problema del hombre contemporáneo hay que buscarlo en una profunda reflexión sobre el sentido de su existencia, o sea, sobre la esperanza perdida.

 

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