LE LIBERALISMO REVOLUCIONARIO DECIMONÓNICO LLEGA A AMÉRICA

Tal como lo plantea Erich Kahler, en su libro ¿Qué es la Historia?, es posible advertir, desde los albores de la humanidad un proceso de desacralización o secularización de la Historia. Como todos los fenómenos asociados a esta disciplina, no se presenta de manera lineal y ascendente, avanzan y retroceden, ganan y pierden terreno, pero la continuidad, más allá de la coyuntura, nos habla de un proceso en que el hombre empieza a explicar los acontecimientos históricos cada vez más alejado de aspectos espirituales y religiosos. 

Es así, como  en los albores del Mundo Contemporáneo, el ascenso de las ideologías, como mapas mentales a partir de los cuales los hombres y mujeres leen su sociedad, es un fiel reflejo de ello, es una expresión más de la laicización del conocimiento,“…mucho más poderoso fue el otro sustituto, la ideología, la sumisión ciega, que se ciega a sí misma, a una doctrina secular rígida. El imperio sobre las mentes merced a ortodoxias deliberadamente simplificadas…” (Kahler, 1966). En palabras de Eric Hobsbawm, el Mundo Contemporáneo es hijo de la doble revolución, Industrial y francesa, ya que la economía de la decimonovena centuria se organizó a partir del modelo inglés impuesto por la Revolución industrial, y las bases políticas e ideológicas se estructuraron a partir de la influencia de la Revolución Francesa de 1789.

El elemento común a ambas revoluciones es el liberalismo revolucionario de la época y cuya profundidad puede medirse, en comentario del mismo Hobsbawm, en las palabras, testigos de la intensidad del fenómeno: “Consideremos algunos vocablos que fueron inventados o adquirieron su significado moderno en el período de sesenta años que abarca este volumen (1789-1848)” (Hobsbawm, 2003) para luego enumerar, entre otros conceptos, los siguientes: industria, industrial, fábrica, clase media, clase trabajadora, capitalismo, socialismo, aristocracia, liberal, conservador, nacionalismo, científico, ingeniero, sociología, periodismo e ideología, como conceptos que fueron acuñados o adaptados en dicha época. Los conceptos nos hablan de la mayor revolución de la historia humana desde los albores del neolítico.

Simón Bolívar, Francisco de Paula y otros próceres saliendo del Congreso de Cúcuta. Ricardo Acevedo Bernal, 1926. Fuente: Wikimedia Commons

…mucho más poderoso fue el otro sustituto, la ideología, la sumisión ciega, que se ciega a sí misma, a una doctrina secular rígida. El imperio sobre las mentes merced a ortodoxias deliberadamente simplificadas…

El mundo contemporáneo surge del proyecto revolucionario del liberalismo que se opone a una sociedad aristocrática, que explicita el ascenso y el triunfo de la burguesía liberal, de la industria capitalista, del Estado nación y de las economías modernas organizadas en los centros nucleares de lo que hoy llamamos Occidente con una clara tendencia secular, para desde allí propagarse al mundo entero.

La introducción realizada no sólo sirve a modo de contexto histórico, sino que también conceptual. La doble revolución y los conceptos explicitados, buscan dar cuenta de su relación con el concepto mismo de ideología, que se explicita por primera vez en francés en 1796, idéologie, para hacer referencia a un estudio científico de las ideas que sería el fundamento hacia la ciencia de la mente humana. Es imposible no establecer, desde la perspectiva política y cultural, la relación del concepto con los fundamentos relevantes de la Ilustración, el sustrato ideológico, por lo demás, del liberalismo.

Nos enmarcamos en la época del liberalismo revolucionario (Luetich, 2003) que despliega todos sus argumentos para destruir las bases fundamentales del Antiguo Régimen: desde el plano político lo explicita sobre la base de la soberanía popular, el constitucionalismo, las libertades civiles, la separación de los poderes, el derecho a sufragio y hasta la idea de progreso; en el plano económico se fundamenta en un derecho de propiedad absoluto, en la libre iniciativa económica, el afán de lucro como motor de la economía y la eximición de la intervención del Estado en 

San Martín y O’higgins cruzando Los Andres. Julio Vila y Prades, 1909 Museo Histórico Militar de Chile

dichas materias; socialmente busca imponer una sociedad de clases basada en el mérito, que se organiza desde abajo y que busca poner fin a las desigualdades y privilegios; desde lo religioso, sin caer en el ateísmo, por el  cual fue anatematizado en sus orígenes por la misma Iglesia Católica, se plantea partidario de un Estado Laico que respete la libertad de culto, como claro fundamento del respeto a la vida privada.

Sin duda que, en dicha época, el Liberalismo es revolucionario y tal como lo plantea Luís Villoro, en su paper, “Sobre el concepto de Revolución”, implica ciertos comportamientos colectivos intencionales, dirigidos a un fin político, es decir, la obtención del poder. Los comportamientos colectivos intencionales están condicionados por actitudes colectivas, que implican la adhesión a ciertos valores y el rechazo a situaciones que impiden realizarlos. Las actitudes son también disposiciones a actuar en un sentido determinado. 

“Desde ahí se desprende que las ideologías son más que simples discursos: se trata de un sistema de convicciones internalizados por numerosos individuos  que guían su conducta pública en una misma dirección e influyen, hasta cierto punto, en su vida privada, lo que los convierte en una comunidad unificada por sus creencias y objetivos comunes, y con una forma común de alcanzar las primeras e intentar alcanzar los segundos” (Krzysztof, 2000).

Es por ello que el Liberalismo de inicios del siglo XIX es una ideología revolucionaria, es una creencia, no un simple discurso, demanda y orienta la acción, en función de una nueva forma de sociedad que se instala como ética y moralmente mejor que la pre existente y a la cual aspira a desplazar: “Al orden legal existente, fincado en la tradición y pendiente de la decisión última del soberano, podía oponerse otro. Este era un orden objetivo, válido para todo sujeto racional. ¿Qué mejor garantía de su objetividad que fundarlo en la realidad natural? Lo otro del orden existente es el orden inscrito en las leyes de la naturaleza. La gran hazaña del pensamiento político de los siglos XVII y XVIII fue mostrar que la sociedad otra, objeto del deseo colectivo, es la sociedad ordenada por la razón.” (Villoro, 1996).

Así el liberalismo revolucionario, que hace suyo el pensamiento ilustrado, que se explicita con claridad en la doble revolución, que organiza las bases del mundo contemporáneo desde Francia e Inglaterra, se elevan como mensajeros y símbolos de los movimientos liberales que recorrieron no sólo la Europa, sino que también en sus continuidades ultramarinas,  que difícilmente podrían haber tenido posibilidades de suceder en aquel tiempo sin

 

dichas experiencias previas. El proceso de independencia de la América española puede registrarse como una de esas continuidades.

El pensamiento hispanoamericano, como lo plantea Mario Pozas en su paper, “Liberalismo Hispanoamericano del siglo XIX”, ha sabido alimentarse de la apropiación creativa de otras latitudes y la experiencia del liberalismo decimonónico se eleva a un nivel paradigmático al respecto. O como lo expresa Leopoldo Zea (“El Pensamiento Latinoamericano”. Proyecto Ensayo Hispánico, 1997-2003), “…el latinoamericano se ha servido de las ideas que le eran relativamente ajenas para enfrentarse a su realidad: la Ilustración, el eclecticismo, el liberalismo, el positivismo y, en los últimos años el marxismo, el historismo, el existencialismo. En cada uno de estos casos, … ha estado en la mente del latinoamericano la idea central de hacer de su América un mundo a la altura del llamado mundo Occidental”. 

El mundo hispanoamericano toma los conceptos de centro de la ideología liberal, los adapta y los  expresa con claridad en la vida institucional del subcontinente. El influjo jurídico queda expuesto en la búsqueda de fundamentos que ayudaran a darle sustento a la nueva nación sobre las bases de un régimen político que había tenido experiencia en otras latitudes y que, desde la perspectiva histórica, se explicita en una serie de traducciones y reediciones en español de clásicos europeos del pensamiento liberal y de muchos propagadores de sus doctrinas que, entre 1813 y 1825, proliferaron en nuestra América. 

Los liberales hispanoamericanos adoptaron de cada autor aquello que pudiera contribuir a su trance histórico, es decir, que diera fundamentos a su causa independentista y reguladora de un nuevo orden. Así, el liberalismo hispanoamericano se elevó como una ideología funcional para las aspiraciones de la aristocracia criolla que buscaba la ruptura con el orden colonial. En Chile esto se puede explicitar con claridad a través del documento más relevante del surgimiento de la nueva nación, el Acta de Declaración de la Independencia, entregado por Bernardo O´Higgins el 12 de febrero de 1818.

“La fuerza ha sido la razón suprema que por más de trescientos años ha mantenido al Nuevo Mundo   en la necesidad de venerar como un dogma la usurpación de sus derechos y de buscar en ella misma el origen de sus más grandes deberes” . Ya en las primeras palabras queda claro el sustrato ideológico ilustrado que toma cuerpo en la ideología liberal: el derecho natural que reclama desde la razón, el respeto de los derechos civiles y políticos y de las responsabilidades ciudadanas son fundamentos claves.

“Era preciso que algún día llegase el término de esta violenta sumisión; pero, entretanto era imposible anticiparla: la resistencia del débil contra el fuerte imprime un carácter sacrílego a sus pretensiones y no hace más que desacreditar la justicia en que se fundan”

Queda claro como el fundamento racional se opone al orden jurídico anterior que se fundamenta en la opresión y no en la libertad, tal como lo refrenda la continuación del texto: “Estaba reservado al siglo 19 el oír a la América reclamar sus derechos sin ser un delincuente y mostrar que el período de su sufrimiento no podía durar más que el de su debilidad”. “La revolución del 18 de septiembre de 1810 fue el primer esfuerzo que hizo Chile para cumplir esos altos destinos a que lo llamaba el tiempo y la naturaleza; …” La importancia de este extracto se fundamenta en la noción de proceso que eleva al Cabildo Abierto de 1810 a una especie de hecho fundacional del proceso revolucionario de la independencia, pero al mismo tiempo a la idea de progreso, muy propia de la ideología liberal, explicitada en lo que demandan los nuevos tiempos y la ley natural.

Toda la base conceptual anterior es el preámbulo para afirmar que: “Este último desengaño les ha inspirado, naturalmente, la resolución de separarse para siempre de la Monarquía española y proclamar su independencia a la faz del mundo”  Que lo refuerza en un pasaje subsiguiente cuando expresa: “…hemos tenido a bien, en el ejercicio del poder extraordinario con que para este caso particular nos han autorizado los pueblos, declarar solemnemente, a nombre de ellos, en presencia del Altísimo, y hacer saber a la gran confederación del género humano, que el territorio 

Primera Junta de Gobierno, óleo de Nicolás Guzmán (1889)

…La revolución del 18 de septiembre de 1810 fue el primer esfuerzo que hizo Chile para cumplir esos altos destinos a que lo llamaba el tiempo y la naturaleza…

continental de Chile y sus islas adyacentes, forman de hecho y por derecho, un Estado libre, independiente y soberano, y quedan para siempre separados de la Monarquía de España, con plena aptitud para adoptar la forma de gobierno que más convenga a sus intereses.” La soberanía popular, la autodeterminación de los pueblos, los derechos civiles y políticos son los fundamentos del liberalismo explicitados, de manera muy funcional por lo demás, para justificar la base ética, del proceso de independencia de Chile que eleva al súbdito de ayer al ciudadano de hoy. Sabemos que es una interpretación muy mediatizada por las circunstancias y sobre la construcción de un Estado Nación bastante minoritario.

Cuando el texto de la declaración de la Independencia se refiere al “ejercicio del poder extraordinario” hace referencia a una forma bien particular de cómo se expresó, para dichos efectos, la soberanía popular. Sobre la base del texto, que es el primer documento de un pueblo libre que alza como base fundamental “la justa razón”, la Declaración de la Independencia no puede ser la expresión de una voluntad tiránica o autoritaria, debe justificarse en función de lo que se aspira a modificar (carácter revolucionario), y es por ello que previamente pronuncia los siguientes conceptos: 

Ejército de Los Andes saliendo del Campamento del Plumerillo. José Bouchet, 1901 Museo Histórico Nacional de Buenos Aires

“Mas, no permitiendo las actuales circunstancias de la guerra la convocación de un Congreso Nacional que sancione el voto público, hemos mandado abrir un Gran Registro en que todos los ciudadanos del Estado sufraguen por sí mismos, libre y espontáneamente, por la necesidad urgente  de que el gobierno declare en el día la independencia, o por la dilación o negativa. 

Y habiendo resultado que la universalidad de los ciudadanos está irrevocablemente decidida por la afirmativa de aquella proposición…”  La Guerra, aún no terminada contra la Monarquía española, genera un Estado de Excepción, que modifica el mecanismo, pero no la esencia de la decisión soberana de la ciudadanía que refrenda, a través del voto, la necesidad de proclamar la Independencia de Chile.

Chile, a través de este ejemplo, pero los hispanoamericanos en general, adoptaron del liberalismo todo aquello que pudiera contribuir a su causa independentista y, posteriormente también para con los variados intentos para justificar el orden postcolonial, claro que esto último mezclado con las relaciones y sentimiento ambiguos de los criollos hacia su herencia colonial.

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