ESTADO-NACIÓN, NACIONALISMO Y GUERRA
La Primera Guerra Mundial es una guerra de naciones y no de Estados, o la aseveración de que el primer gran fracaso del marxismo es la Primera Guerra Mundial, tienen un trasfondo histórico común, el Estado Nación y su correlato ideológico, el nacionalismo.
De lo anterior se deriva el objetivo que pretende asumir esta presentación que, sin menospreciar la multiplicidad de causas que explican un complejo fenómeno histórico, como lo es la “Gran Guerra” y sus proyecciones hasta el presente, la formación de los Estados Nación y la ideología nacionalista se han convertido en fuerzas que permiten entender la dinámica de muchos de los conflictos desde los inicios del mundo contemporáneo y hasta la actualidad. No son pocos los autores que relatan el impacto de los elementos identificadores de la Nación francesa en tiempos de Napoleón como los grandes detonantes de la propagación del nacionalismo. Las tropas napoleónicas, entonando la Marsellesa, envueltos en su bandera nacional tricolor, en que al blanco y al azul de la monarquía, han agregado el rojo de la revolución, la revivificación del “gallo” y el hecho de sentir como llamado nacionalista el derecho a difundir los ideales de la Revolución Francesa y a expandir sus fronteras naturales, generaron, por la lógica reacción al invasor, que los pueblos conquistados buscaran definir sus identidades nacionales.
Es en el siglo XIX, sobre la base de los preceptos ilustrados, que la conformación de los Estados Nación se convierte en un elemento crucial para comprender las relaciones internacionales. Desde los Estados Nación rápidamente consolidados, como el francés, el inglés y en cierta medida el español y portugués, las demás potencias europeas lo consolidaron antes del último tercio decimonónico.
"ANOTHER BLOODY CENTURY" - COLIN S. GRAY
“…Todo este proceso enmarcado en una conflictividad que llevó a entender que la guerra, recordando los planteamientos de Clausewitz, no es más que la continuación de la política por otros medios…“
Todo este proceso enmarcado en una conflictividad que llevó a entender que la guerra, recordando los planteamientos de Clausewitz, no es más que la continuación de la política por otros medios. Es interesante entender los distintos procesos de estructuración de Estados Nacionales, algunos de tendencias centrífugas o disgregadoras, como los procesos de independencia de Grecia y de Bélgica, como también los nacionalismos centrípetos o integradores, donde los más emblemáticos fueron los de Italia y Alemania. En todos ellos, las aspiraciones de consolidación del Estado Nación implicaron relevantes conflictos bélicos.
Tal como lo expresa con tanta claridad Colin Gray, en su trabajo “Another Bloody Century”, desde este momento los Estados-naciones se erigirán como los actores preponderantes en el sistema internacional y comúnmente actuarán conforme a sus propios intereses y a favor de mantener sus condiciones de seguridad, generando consecuencias en su entorno. De esta manera, “…si los Estados- naciones tiene un largo porvenir en él como actores estratégicos, la identificación del ciudadano común con su nación continuará ocupando el rol central de sus referencias para la vida en sociedad”. He aquí el fundamento al párrafo inicial de este trabajo, la identificación nacionalista, incluso en los partidos de extracción obrera, movió mucho más al ciudadano común y corriente a enlistarse en la Primera Guerra Mundial,
CAÍDA DE LOS MONUMENTOS DE LA U.R.S.S. - FUENTE: CORDON PRESS
anteponiéndolo a la llamada ideológica del marxismo a favor de la identificación de clase.
Es muy importante recordar que para Marx, el nacionalismo es una falacia del capitalismo y la construcción de organizaciones internacionales del proletariado demandaban la identificación de clase por sobre las banderas nacionales. “En 1914, no era la ideología lo que dividía a los beligerantes, excepto en la medida en que ambos bandos necesitaban movilizar a la opinión pública, aludiendo al profundo desafío de los valores nacionales aceptados, como la barbarie rusa contra la cultura alemana, la democracia francesa y británica contra el absolutismo alemán”, tal como lo plantea Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX.
La Primera Guerra Mundial es el conflicto que confirma de manera contundente el rol de los Estados-naciones y del Nacionalismo en la dinámica de los conflictos bélicos. La
fortaleza del nacionalismo, su capacidad movilizadora y, por qué no decirlo, destructiva, amparada en la grandeza propia y en la creencia de que el juego en las relaciones internacionales es de suma cero, genera un carácter excluyente del otro, con lo que nación y guerra son conceptos que convivirán, lamentablemente de manera trágica, en completa armonía. Tal como lo plantea E. Hobsbawm, “De manera más concreta, para los dos beligerantes principales, Alemania y Gran Bretaña, el límite tenía que ser el cielo, pues Alemania aspiraba a alcanzar una posición política y marítima mundial como la que ostentaba Gran Bretaña, lo cual automáticamente relegaría a un plano inferior a una Gran Bretaña que ya había iniciado el declive. Era el todo o nada.”
La Primera Guerra Mundial, especialmente en sus consecuencias, es una guerra de naciones. Después de una centuria de un orden pensado en el equilibrio europeo, que con aislados conflictos y muy localizados por lo demás, ofreció largos períodos de paz con posterioridad al Congreso de Viena y el establecimiento del principio del equilibrio entre potencias europeas, se vuelve a pensar el mapa de Europa sobre la base del principio nacionalista. Desaparecen los Estados plurinacionales y de las palabras del propio presidente de Estados Unidos se busca privilegiar la llamada “parcela nacionalista” en su reestructuración.
De los famosos 14 puntos planteados por Woodrow Wilson , 8 tienen relación directa con el fenómeno nacionalista, a saber: la restitución de la soberanía de Bélgica; la restitución de Alsacia y Lorena a Francia; el reajuste de las fronteras de Italia; la autonomía de los pueblos del
imperio Austrohúngaro; la evacuación de Rumania, Serbia y Montenegro; la autonomía de los pueblos del imperio Otomano; la restitución de la soberanía de Polonia y; a lo mejor el que arroja mayor claridad al respecto, la creación de la Liga de Naciones.
El resultado de esto, tal como lo plantea el profesor Julio Retamal, “…dentro del movimiento pendular de Europa de expansión y retroceso de grandes estados, el fin de la primera Guerra Mundial, no sólo vio la desaparición de los cuatro imperios existentes: el alemán, el austrohúngaro, el ruso y el turco, sino también la aparición de una cantidad de estados pequeños, salidos de la fragmentación de los imperios mencionados. Finlandia, Estonia, Letonia (o Latvia), Lituania, Polonia, Checoslovaquia, Austria, Hungría, Yugoslavia, Albania y varios estados del Cercano Oriente (Palestina, Líbano, Siria, Jordania, Irak y Arabia Saudita) se constituyeron o se consolidaron como estados autónomos…”.
Lo que podemos agregar, en proyección histórica que, más allá de la acción del fascismo alemán y el estalinismo ruso, el movimiento pendular que había vivido Europa y del cual se pueden encontrar referencias, de acuerdo con el profesor Retamal, desde el Imperio Carolingio en adelante, se empieza a decantar definitivamente por la tendencia al fraccionamiento generado por las fuerzas nacionalistas.
Instalado el principio de las nacionalidades y su aplicación generará dramáticos acontecimientos históricos que llenaran las páginas de los libros de historia del siglo XX y, por qué no decirlo, de las primeras décadas del siglo XXI. Los escenarios serán variados y con resultados diferentes.
Por ejemplo, y siguiendo los planteamientos del profesor Blas Guerrero, en su artículo, “A vueltas con el principio de las nacionalidades y el derecho de autodeterminación”, la mezcla de pueblos y grupos étnicos en la Europa Central y del Este, generarán grandes trastornos y harán prácticamente imposible su materialización.
Las tensiones nacionalistas, lejos de encontrar solución, recibirán un nuevo estímulo. Creadas Yugoslavia y Checoslovaquia, nada se oponía a la posterior desmembración de estos Estados de acuerdo con criterios étnicos más rigurosos. Los nacionalismos de bohemios, moravos y eslovacos para el caso checo podían llegar a ser tan justificables como los nacionalismos croata o esloveno para el supuesto yugoslavo.
El «Principio de segmentación» a que alude Argyle en el sentido de que una categoría nacional emerge solamente en oposición a otras categorías del mismo signo, se verá abiertamente animado a partir de 1918.
Siguiendo el argumento De Blas Guerrero, más recientemente el historiador Robert Gerwarth publicó en el año 2017 su texto “Los Vencidos”, en el que acuña una interesante tesis referida que, a diferencia de la Segunda Guerra Mundial, la Primera no habría terminado, en especial para el escenario de la Europa Central y Oriental, hecho justificado en la supervivencia de las aspiraciones nacionalistas.
Gerwarth expresa que el surgimiento de incipientes estados-nación, que se estructuraron con posterioridad a la Gran Guerra, sustentados en la lógica de la exclusividad étnica y luchas de poder, provocaron la proliferación de revoluciones, pogromos, expulsiones masivas y nuevos conflictos a gran escala. Afirma que “La Gran Guerra creó espacios de violencia, destruyendo los vastos imperios de los Habsburgo, los Hohenzollern y la Casa de Osmán, que habían dominado Europa durante siglos. Su explosión en 1918 dejó grandes extensiones de tierra , donde no existía monopolio estatal de la violencia, mientras que varios grupos nacionalistas, comunistas y campesinos luchaban entre sí por el control de los estados emergentes de Europa central y oriental”… “… los nuevos regímenes que emergen tras la Primera Guerra Mundial están obsesionados con crear estados étnica y religiosamente homogéneos, algo fácil de suscribir sobre el papel, pero muy difícil de cumplir en la realidad de los estados multiétnicos”.
La realidad es que muchas de las tensiones nacionalistas, en especial en las zonas de conflicto, con vacíos de poder muy acentuados en el período de entreguerras, son lo que permiten, en cierta medida, explicar el triunfo del bolcheviquismo y del fascismo en dicho período.
Fotografía del mariscal Ferdinand Foch despúes de firmar el armisticio. Fuente: Portal National Geographic
“…los nuevos regímenes que emergen tras la Primera Guerra Mundial están obsesionados con crear estados étnica y religiosamente homogéneos, algo fácil de suscribir sobre el papel, pero muy difícil de cumplir en la realidad de los estados multiétnicos…“
Los casos de los estados bálticos, el problema de los sudetes en Checoslovaquia, en el anschluss austriaco, las guerras civiles en la futura URSS e incluso la repartición de Polonia podrían explicarse desde esta perspectiva.
El término de la Segunda Guerra Mundial abrió un escenario distinto, se renovaron las potencias y se abrió un nuevo espacio de expresión de la “parcela nacionalista”. El proceso descolonizador, a lo mejor uno de los fenómenos más sublimes del siglo XX, permitió que, entre 1945 y 1960, uno de cada dos habitantes de la tierra se descolonizara y creara su propio Estado Nación.
Los Imperios europeos decimonónicos eran multiétnicos, especialmente en su expresión extraeuropea, es allí en que los movimientos locales inspirados en ideas nacionalistas y en su aspiración por crear su propio Estado-Nación, buscaron las más variadas estrategias para lograrlo, en muchos casos a través de medios violentos productos de la oposición de la potencia opresora, como los casos de Argelia y Vietnam que resultan ser verdaderamente paradigmáticos.
El Mundo Bipolar y la Guerra Fría redibujaron un poco los conflictos del período, la disputa ideológica dominó el escenario internacional y se mantuvieron en latencia y/o periféricos los conflictos instalados por las aspiraciones nacionalistas.
Fotografía barricadas en la caída de la U.R.S.S. Fuente: Portal Diario El País
Producida la caída de la URSS a inicio de la década de 1990, las temáticas políticas volvieron a visibilizarse, como los conflictos fronterizos y las tensiones interétnicas en los Balcanes y a pesar de que el imperialismo ruso sigue siendo fuerte, especialmente en los Estados bálticos, el surgimiento de conflictos nacionalistas en su territorio o las aspiraciones rusas en la región del Donbass y la Crimea ucraniana, de tanta actualidad, pueden sustentarse en la lógica nacionalista. Al mismo tiempo, y a modo de referencia, qué decir de las fuerzas opositoras que se
han evidenciado en el intento de Unión Europea, con ejemplos asociados al particularismo nacional (Brexit), al chovinismo económico y a la exclusividad étnica (en España es muy claro con los casos vasco y catalán), deberían hacernos reflexionar sobre la fuerza movilizadora y disruptiva del nacionalismo. En conclusión podemos afirmar que la ideología nacionalista, como conjunto de ideas e interpretaciones de la realidad, sustentada en la primacía de la nación, ha guiado la acción de los pueblos y de sus élites políticas y ha servido de justificación para terribles conflictos. Por lo demás, ha demostrado ser resiliente a través del tiempo, ya que es capaz de entender la capacidad de congregar y brindar cohesión a los grupos humanos al nivel comparable a la devoción religiosa.
Como expresión de una voluntad colectiva permite entender cómo los grupos humanos están dispuestos a vivenciar las condiciones más extremas de existencia humana de una guerra por adherir a sus postulados. Y, por último, en la más pura lógica histórica, que la violencia nacionalista haya conspirado con las esperanzas de un nuevo y pacífico orden mundial a finales del siglo XX nos sería útil recordar que en 1914-1918, esta vertiente ideológica ya había tomado por asalto y contribuido significativamente a destruir el antiguo.