30 AÑOS DEL GENOCIDIO EN RUANDA: APRENDIZAJES Y DESAFÍOS PENDIENTES

El pasado 15 de julio de 2024 se cumplieron 30 años del fin del genocidio en Ruanda, pequeño país ubicado en África del este. Se trata de uno de los episodios más trágicos de la historia reciente de nuestra humanidad, donde aproximadamente 800.000 personas, en su mayoría tutsis, fueron asesinados a manos de hutus extremistas en un conflicto entre las dos etnias. 

Durante un período de 100 días, entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, se llevaron a cabo asesinatos, violaciones, torturas y la destrucción de propiedades. Tras el asesinato del presidente Habyarimana el 6 de abril de 1994, los grupos paramilitares “Interahamwe” (los que atacan juntos” en kinyarwanda, el idioma nativo de Ruanda), junto con las Fuerzas Armadas de Ruanda, iniciaron una campaña de exterminio sistemático contra los tutsis y los hutus moderados. 

Estas milicias “Interahamwe” eran el brazo juvenil del partido político Movimiento Republicano Nacional para la Democracia y el Desarrollo (MRND), el partido hutu en el poder liderado por el presidente Habyarimana. Fueron entrenadas y armadas por el gobierno y las Fuerzas Armadas de Ruanda (FAR), y fueron provistas de machetes, armas de fuego y otras herramientas para llevar a cabo la violencia.

Utilizaron métodos extremadamente brutales, incluyendo el uso de machetes, armas de fuego, violaciones masivas, y torturas. Bloqueaban caminos y registraban casas para identificar y matar a los tutsis. Las matanzas fueron bien organizadas y coordinadas. Las Interahamwe establecieron puestos de control y listas de personas a asesinar, y operaban en colaboración con las autoridades locales y el ejército.

 

Movimiento de población durante el genocidio. Fuente: Portal El Comercio (Perú)

Las matanzas fueron bien organizadas y coordinadas. Las Interahamwe establecieron puestos de control y listas de personas a asesinar, y operaban en colaboración con las autoridades locales y el ejército

Muchos tutsis intentaron refugiarse en iglesias, hospitales y edificios públicos, pero estos lugares fueron atacados, y sus ocupantes, masacrados. Miles de personas buscaron refugio en iglesias, escuelas y edificios gubernamentales, pero muchos de estos lugares dejaron de ser seguros y se convirtieron también en espacios de masacre. 

Por otro lado, el gobierno y los medios de comunicación controlados por los extremistas hutus, como la Radio Télévision Libre des Mille Collines (RTLM), utilizaron la propaganda para incitar al odio contra los tutsis. Los tutsis eran deshumanizados y retratados como enemigos de los hutus, se referían a ellos por la radio con el término “Inyenzi” (“cucarachas” kinyarwanda) a las que hay que exterminar. Esta propaganda y discurso de odio fomentaron la radicalización de los jóvenes hutus, muchos de los cuales se unieron a las Interahamwe con la creencia de que estaban defendiendo su país y su identidad.

Al mismo tiempo, esta tragedia nos recuerda las terribles consecuencias del fracaso de la comunidad internacional por su inacción y falta de intervención. Los sucesos de Ruanda demuestran las consecuencias que puede haber si fracasa la comunidad internacional.

Hombre herido en el Genocidio Fuente: James Natchwey

Las fuerzas de paz de la ONU en Ruanda UNAMIR (Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Rwanda) fue establecida en octubre de 1993 con el mandato de supervisar la implementación de los acuerdos de paz, que buscaban poner fin a la guerra civil entre el gobierno de Ruanda y el Frente Patriótico Ruandés (FPR).  La UNAMIR tenía un mandato limitado que se centraba en la vigilancia del cese al fuego. No tenía autorización para intervenir militarmente en caso de violencia masiva. La UNAMIR, con aproximadamente 2,500 efectivos, se encontró en una situación extremadamente difícil. 

Su comandante, el general Romeo Dallaire, solicitó repetidamente refuerzos y un mandato ampliado, pero estos fueron denegados. El Consejo de Seguridad de la ONU fue reacio a intervenir debido a los costos y riesgos asociados. Estados Unidos y otros miembros del Consejo de Seguridad mostraron poco interés en una intervención 

robusta, influenciados por el reciente fracaso de la misión en Somalia, sumado al asesinato en los primeros días del genocidio de diez cascos azules belgas lo que llevó al Consejo de Seguridad el 21 de abril de 1994, a reducir el contingente de la UNAMIR a unos 270 efectivos, lo que limitó aún más su capacidad para proteger a los civiles. Las organizaciones humanitarias y algunos gobiernos condenaron la falta de intervención y la reducción de las fuerzas de la UNAMIR. 

Sin embargo, en mayo de 1994, cuando la magnitud del genocidio se hizo más evidente, el Consejo de Seguridad amplió el mandato de la UNAMIR y autorizó un aumento del contingente a 5,500 efectivos, pero la implementación fue lenta y las tropas adicionales llegaron cuando el genocidio ya estaba en sus etapas finales.

En junio de 1994, Francia lanzó la Operación Turquesa, una intervención militar unilateral bajo el mandato de la ONU para establecer una zona segura en el suroeste de Ruanda. Sin embargo, esta operación fue muy cuestionada, ya que algunos acusaron a Francia de proteger a los perpetradores del genocidio.

ORÍGENES DEL CONFLICTO HUTU-TUTSI

Los hutus y los tutsis son los dos grupos étnicos principales en Ruanda. Aunque comparten la misma cultura, religión y lengua, han experimentado tensiones y conflictos a lo largo de la historia. La principal diferencia entre ambas etnias es su ocupación económica: mientras que los tutsis se han dedicado a la ganadería, los hutus se han ocupado

de la agricultura. La división de los ciudadanos de Ruanda por etnias comenzó en la época del colonialismo. Cuando los belgas se hicieron con el control de este país de África Oriental a principios del siglo XX, clasificaron a la población según el grupo al que pertenecían, creando unas tarjetas de identificación racial que señalaban quién era hutu y quién tutsi. Durante el periodo colonial, el gobierno belga consideró superiores a los tutsis y les favoreció con una mejor educación y la posibilidad de conseguir ciertos puestos de trabajo en el ámbito militar y administrativo. Esto hizo que los hutus, que habían quedado relegados a un segundo plano, empezaran a sentir cierto resentimiento por sus vecinos. 

En 1959, tres años antes de que Ruanda lograra su independencia, los hutus derrocaron al entonces rey tutsi y asesinaron a miles de personas de este grupo, provocando que muchos se marcharan a otros países. Allí, exiliados tutsis formaron un grupo rebelde, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), que buscaba derrocar al nuevo gobierno ruandés liderado por los hutus.

Tras décadas de tensiones, el detonante del genocidio se produjo el 6 de abril de 1994. El avión en el que viajaban el entonces presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana, y el presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira, ambos hutus, fue derribado, provocando la muerte de ambos. 

Los extremistas hutus culparon del ataque al avión al FPR, liderado por los tutsis, e iniciaron una matanza contra ellos. Tomaron el control de carreteras y emprendieron una búsqueda casa por casa de todo aquel que fuera tutsi para asesinarlo.

El 15 de julio de 1994, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), liderado por el actual presidente Paul Kagame, llega a la capital Kigali, tomando con ello el control de Ruanda y dando por finalizada la masacre.

APRENDIZAJES Y DESAFÍOS PENDIENTES

El genocidio en Ruanda no solo constituye una tragedia, sino también una fuente de aprendizajes y profundas reflexiones sobre la condición humana, la sociedad y la responsabilidad por la paz y la prevención de futuras atrocidades como la vivida en Ruanda hace 30 años. Más aún si contemplamos el actual panorama político internacional donde persisten muchos conflictos, como en Ucrania, la Franja de Gaza, Sudán y la República Democrática del Congo. En todas las situaciones nombradas, el papel de la comunidad internacional es crucial y

aunque podamos debatir si estos conflictos se ajustan a la definición de genocidio, algunos comparten características similares.

Por eso, nos parece muy importante reflexionar sobre las circunstancias que pueden llevar a las personas a cometer actos de extrema violencia y la necesidad de abordar las causas profundas de los conflictos, como la desigualdad, la injusticia, la discriminación y la falta de cohesión social.

Niña huyendo de Kigali. Fuente: Portal France24. Alexander Joe (AFP)

 Si pensamos en lo vivido en Chile el 2019 e intentamos explicar sus causas más profundas, encontraremos algunos factores similares que estuvieron a la base de las manifestaciones masivas y graves disturbios originados en Santiago y propagados a varias provincias de nuestro país.

Por otro lado, es crucial reconocer y resistir los intentos de dividir a las sociedades a través de discursos de odio y manipulación.

La educación y la promoción de los valores de respeto y dignidad para todos son esenciales para prevenir tales tragedias. En este sentido, cada persona tiene un rol que jugar en la promoción de la paz y la justicia en sus comunidades. Nuestra acciones y decisiones sí importan, ya que la indiferencia y la inacción pueden permitir que el mal prospere.

Otro aprendizaje importante del genocidio en Ruanda es la importancia y necesidad de contar con mecanismos de justicia y reconciliación, ya que son fundamentales para la recuperación de una sociedad que ha vivido tragedias como esta donde el tejido social y el alma de una nación se ha visto herida gravemente. Los procesos de reconciliación comunitaria son esenciales para sanar estas heridas y prevenir futuros conflictos.

A pesar de la tragedia, la historia de Ruanda es una historia de resiliencia y reconstrucción. La capacidad de la sociedad ruandesa para levantarse y trabajar por la reconciliación ofrece esperanza y una gran lección sobre la fuerza del espíritu humano. Por último, la educación y la preservación de la memoria son cruciales para evitar que estas atrocidades se repitan. Es fundamental enseñar a las futuras generaciones sobre los peligros del odio y la importancia de la tolerancia y la comprensión; ya que el país o sociedad que no conoce su historia, está condenada a repetirla.

Por tanto, reflexionar sobre estos aprendizajes y desafíos pendientes que nos deja el genocidio de Ruanda, nos puede guiar en la construcción de un futuro más pacífico y justo para todos.

SITUACIÓN ACTUAL EN RUANDA, LUCES Y SOMBRAS EN EL PAÍS DE LAS MIL COLINAS.

Hoy en día Ruanda es uno de los países africanos que más crece. Se le considera ejemplo en educación, seguridad y desarrollo para muchas ciudades africanas. Grandes empresas se han instalado en su capital Kigali que pretende convertirse en el Silicon Valley africano. Además, Kigali es la capital más limpia de África y el país goza de una tasa de escolarización que supera el 97% y creciendo, la envidia del continente. Además, tiene el mayor porcentaje de mujeres parlamentarias, con un 64% cámara alta. Si hace diez años Ruanda era uno de los países menos aconsejables para hacer negocios, hoy ocupa el puesto 32 en el ránking del Banco Mundial. Es, además, uno de los países menos corruptos, según Transparencia Internacional. Sin embargo, la paz, la seguridad y el desarrollo también tienen su lado oscuro. Si bien las grúas están en la ciudad, en el interior del país, en el campo, superpoblado, las cosas no van tan bien. El 45% de la población ruandesa es pobre, a pesar de que es el país que más crece junto a Ghana.

 

Mujer y su hijo durante el genocidio Fuente: Página Diario El País. Archivo Reuters.

Si bien es cierto que Ruanda es considerado un ejemplo de resiliencia y que la reconciliación es un hecho tangible; pareciera ser que se trata de una unidad y reconciliación impuesta desde arriba. A nivel político, se experimenta un grave déficit democrático. Muchos ruandeses acusan a Paul Kagame, el polémico presidente, de favorecer a su propia casta tutsi, víctima del genocidio y minoría en todo el país, y de discriminar a los hutus. Aunque ya no se usa esa diferenciación en los carnets de identidad, está muy presente en la vida diaria.

La falta de libertades también es otra de las asignaturas pendientes del Gobierno de Paul Kagame. En su último informe, Human Right Watch, que reconoce los progresos a nivel económico, documentó casos de torturas, asesinatos, amenazas y arrestos ilegales. Según la organización, estos abusos que emergieron en el postgenocidio continúan hoy. En la práctica existe una total hegemonía del partido del presidente. Incluso tuvo que reformar la Constitución del país para poder ser reelecto por cuarta vez consecutiva, el pasado 15 de julio de 2024 por otros ochos años, con porcentajes similares de apoyo a las elecciones anteriores; es decir con cerca del 99% de los votos y prácticamente sin oposición.

A modo de conclusión, podemos decir que esta tragedia de la historia reciente de nuestra humanidad nos deja muchos aprendizajes y desafíos pendiente, más si contemplamos el escenario mundial con todos los conflictos abiertos en distintos continentes, como también la situación actual que se vive en el mismo Ruanda donde muchas voces temen, no sin fundamento, que los episodios ocurridos hace treinta años, puedan de alguna manera volver a repetirse si no atacamos las raíces más profundas que estuvieron a la base de este triste y dramático genocidio, como la profunda desigualdad económica, la alta densidad demográfica y la falta de tierras de cultivo, el desempleo juvenil y una mayor libertad política y alternancia en el poder.

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