BLAS DE LEZO: LA SALVACIÓN DE LA HISPANIDAD
Carlos II fue el último soberano español de la dinastía austríaca Habsburgo. Murió sin descendencia en noviembre del año 1700, dejando un vacío de legitimidad y un inmenso imperio sin gobierno. Enfermo, inseguro y con escasa capacidad intelectual, previendo su próximo fallecimiento, instituyó como su heredero en el trono al Duque de Anjou, nieto del monarca francés Luis XIV y de María Teresa de Austria, hermana del monarca español.
Sin embargo el emperador austríaco Leopoldo I consideraba que la sucesión correspondía a su hijo, el archiduque Carlos, cuyas aspiraciones eran respaldadas por Inglaterra y Países Bajos, que a su vez rivalizaban con la Francia hegemónica del Rey Sol. En enero de 1701 el duque francés asumió el trono como Felipe V, dando inicio a la dinastía borbona. En mayo del año siguiente comienza la trágica y prolongada Guerra de Sucesión, que fragmentó a la sociedad española, se extendió a gran parte de Europa y ocasionó más de medio millón de muertes.
La opinión pública española también se encontraba dividida en sus opciones. En Aragón y Cataluña prevalecían las simpatías por los Habsburgo, en tanto que en Castilla, Extremadura y País Vasco una mayoría se inclinaba por los borbones. También plantearon sus aspiraciones Pedro de Portugal y Leopoldo de Baviera, ambos con lazos sanguíneos con el fallecido rey. En 1705 el archiduque se estableció en Barcelona con el nombre de Carlos III, con lo que la guerra de potencias dio lugar a una cruenta guerra civil, que solo finalizaría el 11 de septiembre de 1714 con la caída de la ciudad, fecha que hasta hoy Cataluña conmemora como la Diada, aunque tres años antes Carlos había regresado a Austria para asumir como emperador dejando en el controvertido trono a su esposa Isabel de Brunswick.

Estatua Blas de Lezo, Plaza Colón, Madrid Fuente: Wikimedia Commons
“…En Aragón y Cataluña prevalecían las simpatías por los Habsburgo, en tanto que en Castilla, Extremadura y País Vasco una mayoría se inclinaba por los borbones…”
En 1689 nace Blas de Lezo y Olavarrieta en el puerto guipuzcoano de Pasajes. Con apenas 14 años se enlista en la Marina para luchar por la causa borbona. No se resignó a labores subalternas y mostró su arrojo combatiendo a las fuerzas inglesas y catalanas en Gibraltar en 1704, perdiendo una pierna, la que le fue amputada en la misma embarcación en un doloroso procedimiento. Rechazando la oferta de licenciarse decidió seguir en servicio usando desde entonces una prótesis de madera. Sin saberlo había enfrentado al joven oficial Edward Vernon, quien se convertiría en un prominente almirante británico, con el que tiempo después uniría para siempre su destino.
Ampliamente reconocido por su valor y talento, al año siguiente es ascendido a alférez y asume el mando de una nave, integrando una flota enviada a Génova, donde el Duque de Saboya, suegro de Felipe V, se había pronunciado por Carlos de Austria. Después de hundir al buque líder Resolution enfrenta uno a uno a los restantes británicos con una temeraria táctica de aproximación y abordaje, logrando capturar seis embarcaciones. La hazaña le fue recompensada con el privilegio de conducirlas a su ciudad natal, donde fue acogido como un héroe.

Estatua Blas de Lezo, Plaza Colón, Madrid Fuente: Wikimedia Commons
A sus 16 años ya era un experimentado veterano. En 1706 enfrenta nuevamente a Vernon en Barcelona, donde introduce la sorpresiva modalidad de balas incendiarias apuntadas a las velas. Ese mismo año es destinado al puerto francés de Toulon, escenario de permanentes enfrentamientos entre fuerzas francesas y británicas. Allí su valor le juega otra mala pasada y pierde un ojo. Ni por un momento considera abandonar su pasión por el mar y continúa sirviendo, logrando sucesivos ascensos.
Con sólo 19 años recibe el mando de una flota que es enviada a Rochefort. Adiestra a sus hombres en el combate cuerpo a cuerpo, sabiendo que los ingleses basaban todo su poderío en la potente artillería de sus buques. Con una cuidada estrategia aproxima sus naves para anular la capacidad de fuego de sus adversarios y arroja ganchos hasta quedar en posición de abordaje. Efectuado este, la preparación de sus marinos les permitía dominar fácilmente a sus oponentes, con lo que logró capturar nada menos que once naves enemigas.
En 1714 regresa a España convertido en el capitán de navío más joven del reino y es enviado a combatir a Barcelona bajo las órdenes del almirante francés Du Casses. Curiosa jugada del destino. En 1697 su ahora superior era un sanguinario corsario que secundó al barón de Pointis en la destrucción y saqueo de Cartagena de Indias. Incorporado después a la armada gala, diferentes circunstancias lo llevaron a luchar junto a quien más tarde defendería esa ciudad y con ello cambiaría el curso de la historia. Pero el infortunio de Lezo no había terminado. En una batalla contra austracistas e ingleses pierde una mano. Desde entonces se le apodó “medio hombre”, aunque no dejó de considerársele un hombre y medio.
La guerra finalizó con la reconquista de Mallorca, con un descollante desempeño de Blas de Lezo. Con la llamada Paz de Utrecht, la derrotada pero todavía poderosa
Inglaterra logró conservar la posesión de Gibraltar y la isla de Menorca, que después sería devuelta a España. Asimismo se le concedieron facilidades para comerciar con algunas colonias hispanas en América, especialmente el Asiento de Negros, esto es el tráfico de esclavos hacia Jamaica y Norteamérica, aunque con regulaciones tendientes a evitar el contrabando.
Sin embargo los piratas ingleses, con patente de corso validada por la corona, continuaron asolando las costas americanas. En 1720 Lezo es enviado por el rey a Lima para liderar expediciones en contra de los destructivos saqueadores. Al parecer el virrey Armendari se sintió agraviado por la presencia de tan ilustre personaje y por las facultades discrecionales que se le confirieron. El distanciamiento llegó a tal punto que el virrey le retuvo sus salarios, generándole una aflictiva situación.
A pesar de que sus condiciones físicas limitaban su participación en la intensa vida social de la capital virreinal, la admiración que el joven almirante despertaba le permitió alternar con todos los círculos sociales. Así llegó conocer a Josefa Pacheco, una tacneña que residía en Lima junto a sus acaudalados padres, quienes le dieron el necesario apoyo financiero. Su matrimonio con Josefa le proporcionó la estabilidad emocional que necesitaba y de su unión nacieron siete hijos.
Diez años duró su estancia en Lima. En 1730 regresó a España, residiendo en el puerto de Cádiz, y dirigiendo exitosamente una flota hispano francesa en combates en Orán y Argel.
Pero las relaciones con Inglaterra estaban lejos de ser cordiales. Por los acuerdos de Utrecht Felipe V debió renunciar a toda aspiración a la corona francesa, pero los vínculos con su patria de origen se mantuvieron, especialmente ante la amenaza que representaba el imperio británico. En Londres se planteaba abiertamente la posibilidad de conquistar las colonias hispanas en América, lo que parecía muy factible considerando la enorme disparidad naval entre ambas naciones. El hombre indicado para lograr ese objetivo no era otro que el ya consagrado almirante Edward Vernon.
En 1737 Blas de Lezo emprendió viaje con destino a la ciudad fortaleza de Cartagena de Indias, considerada la llave del sur del imperio español. Si los ingleses tomaban posesión de ella los cerrojos quedarían abiertos y solo sería cuestión de tiempo para que todo pasase a su poder y su dominio. Ese mismo año se produjo un incidente en las costas de Florida que no debió

Estatua Blas de Lezo, Plaza Colón, Madrid Fuente: Wikimedia Commons
tener mayor trascendencia. El capitán español Juan Fandiño capturó la nave del contrabandista inglés Robert Jenkins y en la lucha le cortó una oreja. Este la guardó en un frasco de alcohol y propagó la versión de una supuesta amenaza de Fandiño: “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Después de relatar profusamente el agravio recibido logró ser recibido en el parlamento, donde la facción más belicista, dirigida por William Pitt -futuro primer ministro-, clamó venganza ante
la ofensa inferida al rey. Por cierto ello no era más que un pretexto para encender los ánimos.
El primer ministro Robert Walpole y el propio monarca Jorge II se oponían a emprender esa guerra, pero la mayoría parlamentaria y el liderazgo de Pitt eran incontrarrestables. Durante más de un año se preparó una flota que sería imposible de vencer. Esta se conocería como “la Guerra de la Oreja” o “la Guerra del Asiento”, por cuanto Inglaterra aspiraba a superar los límites de transporte de esclavos estipulados en el Asiento de Negros aprobado en Utrecht. Prontamente Walpole también adoptó la posición belicista, llegando a proclamar: “¡El mar de las Indias libre para Inglaterra o guerra!”.
En las colonias inglesas en América del Norte esta guerra también contaría con cierta aceptación, tanto porque en las economías agrícolas precisaban de creciente mano de obra esclava como por existir todavía una fuerte identidad con la madre patria. En el hogar de la familia Washington, en Virginia, las opiniones estaban divididas. El patriarca Augustine se sentía profundamente americano y preveía un futuro independiente, por lo que no simpatizaba con los propósitos expansionistas de Inglaterra.
Su hijo George tenía menos de diez años pero aspiraba a ingresar algún día en el ejército británico, lo que era alentado por su medio hermano Lawrence, un ambicioso joven que admiraba profundamente al almirante Vernon, hasta el punto que al fallecer su padre bautizó la mansión familiar como Mount Vernon. El 23 de octubre de 1739 Inglaterra declaró la guerra a España y las campanas de Londres se echaron al vuelo en medio de un profundo sentido patrio y conciencia imperial.
Sin esperar esa formalidad, el día anterior Edward Vernon había intentado tomar el puerto de La Guaira, sin éxito. El gobierno inglés respaldaba sus actos con constantes reclamaciones por violaciones a la Paz de Utrecht, las limitaciones al Asiento y los ataques a corsarios en el Pacífico. La única duda era si el primer objetivo de conquista sería La Habana o Cartagena. Jamaica se convirtió en una importante base naval. Vernon se radicó en Kingston recibiendo naves e importantes contingentes, haciendo grandes esfuerzos para que los recién llegados no se mezclaran con la población civil, en la que imperaba el desenfreno y el maltrato a los esclavos. Allí acudió el puritano Lawrence Washington a conocer a su héroe.
Halagado por tan desbordante admiración, el almirante le expuso el plan del gobierno londinense para conquistar el Caribe y Sudamérica, en el que el propio Vernon desempeñaría el rol principal. Todo comenzaría con la toma de Cartagena. Esta parecía una fortaleza inexpugnable, por cuanto su entrada natural era Bocachica, la que estaba fuertemente protegida por el castillo San Luis con sus torreones y paredes fuertemente amuralladas. Despejó las dudas de su huésped asegurándole que dispondría de más de veinte mil hombres y la mayor flota que haya existido en la historia. Con un fuego intenso en ese punto se aseguraría que las fuerzas españolas se concentraran en ese lugar, mientras el resto de su flota ingresaría a la bahía por el estrecho canal La Boquilla. Naturalmente esperaba el debido apoyo de Washington, a quien pidió el reclutamiento decuatro mil hombres para combatir en tierra. Este asumió el compromiso de proporcionarlos.
“…La única duda era si el primer objetivo de conquista sería La Habana o Cartagena. Jamaica se convirtió en una importante base naval…”
En abril de 1740 el gobierno español designó como virrey de Nueva Granada al teniente general y ex Ministro de la Guerra de Fernando VI Sebastián de Eslava y Lazaga, quien, atendidas las graves circunstancias, cambió su residencia desde Santa Fe de Bogotá a Cartagena. Lo recibió Blas de Lezo, quien llevaba allí casi tres años entrenando a su pequeño ejército. El mes anterior había rechazado un ataque de cuatro embarcaciones inglesas, que más bien pareció un examen de las defensas. En mayo fue distinto. Vernon se posicionó frente al fuerte San Luis y otros puntos de la costa al mando de trece naves. Sus cañones abrieron fuego con mucha intensidad pero al parecer su objetivo era medir el alcance de su artillería en relación a las fortificaciones. Lezo permitió que se acercaran peligrosamente antes de disparar. Después que dos navíos ingleses resultaran seriamente dañados el almirante inglés ordenó la retirada.
En este punto cabe señalar que el gobierno español tenía tal confianza en las sólidas fortificaciones y defensas naturales de Cartagena que no consideraba necesario asignar más de unos dos mil hombres, contando con un apoyo logístico de los nativos. Asimismo consideraba que ante un eventual ataque la defensa inicial daría tiempo a recibir refuerzos de La Habana y de la cercana Santa Marta, donde anclaron una pequeña flota artillada española y otra francesa.
En tanto esperaba que su gobierno le enviara el grueso de la enorme flota con que aseguraría la invasión, Vernon se propuso objetivos más modestos. Había fracasado en La Guaira pero tuvo éxito en tomar Portobelo, un enclave comercial con débiles defensas ubicado en la actual Panamá, lo que fue celebrado en Londres con algarabía. Era la primera vez que arrebataban a España una colonia americana y era un claro anticipo de las victorias que luego vendrían. La guarnición de Portobelo no superaba los doscientos soldados, quienes estaban más orientados a tareas de policía interna que a preparación para el combate.
En Kingston se había avecindado un espía español. Iñigo Azpilcueta era un vasco con aspecto inglés que dominaba el idioma a la perfección. Bajo una falsa identidad logró hacer amistad con altos oficiales británicos, hasta el punto que algunos de ellos le confidenciaron sus planes. Así pudo enterarse que el ataque definitivo a Cartagena sería por La Boquilla, de difícil acceso para las naves pero apto para un desembarco, seguido de posteriores incursiones por Bocachica. A pretexto de actividades comerciales viajó a La Habana para entregar la valiosa información, que fue prontamente transmitida a Eslava. En esta etapa el relato histórico toma dos vertientes. La versión oficial fue la proporcionada a la corona por el virrey. Aristócrata autoritario, no estaba dispuesto a aceptar los planes del almirante. Aspiraba a que las decisivas batallas que vendrían lo llenaran de gloria y no permitiría que el

Fuerte de San Felipe de Cartagena, Colombia Fuente: Fortificaciones Cartagena fortificacionescartagena.com.co
prestigio y talento de su subordinado lo opacara. Transcurrirían tres siglos antes que se conocieran los hechos con exactitud. Solo en el año 2005 el historiador colombiano Pablo Victoria encontró en el Archivo Histórico de Madrid, en medio de una antigua documentación, el diario de guerra de Lezo, un testimonio prácticamente desconocido que da cuenta día a día de los acontecimientos de 1741 y que fue enviado a España en forma casi clandestina por su leal capitán Lorenzo de Alderete, testigo de su heroísmo y su infortunio, a lo que ya nos referiremos.
En la ruta del canal de La Boquilla estaba Santa Marta. Desde fines del año anterior anclaba ahí la ya mencionada
flota francesa, comandada porel almirante D’Antin, y otra española a cargo del almirante Torres, con el expreso propósito de apoyar a Cartagena en su defensa. Pero después de las primeras incursiones -y faltos de aprovisionamiento que ese puerto no podía proporcionarles- se dirigieron a La Habana, probablemente con la idea de regresar. Luego D’Antin consideró que el peligro había pasado y optó por retornar a Francia. Torres demoró su regreso y cuando lo intentó el mar Caribe estaba plagado de naves británicas, infranqueable para sus doce embarcaciones. La ciudad amurallada quedó entregada a sus propios recursos.
Eslava había recibido la información entregada por Azpilcueta, aunque no se alarmó por ella, pensando que iniciado el ataque podría enviar un mensaje a La Habana para que Torres (y probablemente D’Antin) apareciera por la retaguardia inglesa, pero pronto supo que ese mensaje ya no podría enviarse. Tan confiado estaba el virrey en su personal estrategia -y tan celoso de su autoridad- que no transmitió esta última información al almirante, quien hasta poco antes de estallar las hostilidades continuaba especulando con la intervención de Torres en La Boquilla. En lo relacionado con estrategias de defensa, Lezo instaba al virrey a impedir el desembarco de artillería en cualquier punto de la costa, en tanto que Eslava prefería concentrar las tropas en los flancos que parecían más propicios para un ataque masivo.
Vernon también contemplaba la posibilidad de que Torres intentara salir de La Habana, pero el incesante suministro de Londres ya había convertido su flota en la mayor de la historia, con 185 naves y más de 26 mil hombres mientras Cartagena de Indias solo disponía de 6 navíos y 2.500 hombres, de los cuales unos 600 eran auxiliares indígenas. Ello hacía recordar con sorna a la llamada Armada Invencible de Felipe II, que no superaba las 130 naves.
Hemos visto que el espía Azpilcueta había informado que el plan de Vernon era iniciar el ataque por La Boquilla. La información era confiable, pero Blas de Lezo estimaba que esa decisión podría revertirse. Todavía pensaba que la escuadra del almirante Torres estaba en la cercana Santa Marta, más cercana a La Boquilla, pero además consideraba que el difícil ingreso por el canal terminaría por disuadir a Vernon de ese intento, por lo que proponía concentrar el grueso de las fuerzas en Bocachica, tanto en el castillo de San Luis y en el fuerte San José como en tierra, para evitar cualquier intento de desembarco. La posición de Eslava era diametralmente opuesta. Para él era necesario desplegar un fuerte contingente en La Boquilla y mantener guarniciones menores en las fortalezas de Bocachica, no considerando necesario ubicar tropas en tierra firme.
Vernon efectivamente cambió su estrategia. Descartó cualquier acción en La Boquilla para no tener que alargar sus líneas hasta la distante Bocachica. Por otra parte, la enormidad de su flota aseguraba el éxito del ataque al castillo San Luis, a lo que se uniría el desembarco de los americanos reclutados por Lawrence Washington. En sus arengas a los virginianos Washington pudo comprobar que había escasa simpatía hacia los propósitos imperialistas de Inglaterra. Solo pudo reclutar unos 2.400 hombres, muchos de ellos presidarios a quienes se les ofreció la conmutación de sus condenas. Pero ello era suficiente para los planes de Vernon.
El desembarco inicial de tropas era meramente distractivo, consciente además que quedarían expuestos a intenso fuego desde las alturas de las fortalezas. Por otra parte, a medida que recibía más navíos para su flota Vernon fue informado que el comodoro George Anson había zarpado hacia el estrecho de Magallanes al mando de ocho navíos artillados, con los que debía unirse a buques corsarios para llegar a Panamá y preparar una invasión a Lima.
“…Hemos visto que el espía Azpilcueta había informado que el plan de Vernon era iniciar el ataque por La Boquilla. La información era confiable, pero Blas de Lezo estimaba que esa decisión podría revertirse…”
El aprovisionamiento de Cartagena se hizo cada vez más difícil. Varios barcos provenientes de La Habana fueron capturados, entre ellos cinco naves con municiones y víveres al mando del teniente Francisco de Lezo, sobrino del almirante.
En la madrugada del 13 de marzo de 1741 don Blas fue llamado con urgencia para concurrir a Bocachica. Desde el fuerte San Luis observó cómo se aproximaban decenas de velas y muchas otras avanzaban por la costa hasta cubrirla totalmente. Le pareció evidente que el ataque se concentraría en ese punto, por lo que tendría que disponer en ambas fortalezas al grueso de sus fuerzas, incluidos 580 hombres que esperaban instrucciones en Cartagena. Entretanto impartió órdenes para reforzar las cadenas en el ingreso a la bahía y profundizar el foso delante del castillo San Felipe. Y aunque La Boquilla no parecía ser el foco principal del ataque no se podría descuidar su defensa ante un posible desembarco. Resultaba absolutamente necesario impedir a toda costa que el enemigo emplazara su artillería en tierra. Así lo hizo ver al coronel Desnaux, quien estaría a cargo de la defensa de San Luis.
Luego concurrió al despacho del virrey, quien lo recibió en presencia del coronel Desnaux. Lezo le hizo ver la urgencia de disponer de las fuerzas apostadas en la ciudad, donde por ahora no se justificaban.
La reacción de Eslava lo tomó de sorpresa. Este le respondió que los planes ingleses no habían cambiado y que los soldados de Nueva Granada debían esperar sus propias órdenes. Si el almirante necesitaba reforzar Bocachica debía hacerlo con sus marinos, lo que significaba dejar casi inoperantes varias de sus seis naves. Para Eslava era más importante concentrar sus fuerzas de tierra en La Boquilla y en el castillo Cruz Grande, ubicado al interior de la bahía.
Las protestas del almirante irritaron al virrey hasta el punto de amenazarlo por insoburdinación, tras lo cual Eslava ordenó al coronel que en adelante solo recibiera sus instrucciones, alterando así la línea de mando. Lezo no tuvo más remedio que disponer la evacuación del navío San Felipe, muy necesario para proteger la entrada a la bahía. Pese a su desconcierto el comandante Briceño procedió a retirar del castillo hombres, artillería y pertrechos. Lo más indignante para el glorioso almirante fue el debilitamiento de su autoridad y la pérdida de confianza en un competente jefe militar como era Desnaux. Escribió en su diario: “…reparando que de mucho tiempo a esta parte don Sebastián de Eslava no me ha respondido nunca ninguna proposición ni las advertencias que le he hecho convenientes para la defensa de esta ciudad y castillo y todo ha sido callar y manifestar displicencia”.

Navío de Guerra Británico frente a la Roca de Gibraltar. Thomas Whitcombe, hacia el 1800 Fuente: Wikimedia Commons
“…Lo más indignante para el glorioso almirante fue el debilitamiento de su autoridad y la pérdida de confianza en un competente jefe militar como era Desnaux…”
En algo debió tocar a Eslava el cruce de palabras, ya que al día siguiente envió a San Luis 240 hombres y raciones de comida para quince días, en todo caso insuficientes para alimentar una guarnición que con ello llegaba a 342 combatientes, por lo que Lezo debía destinar uno de sus escasos navíos a buscar provisiones a la ciudad, distante a tres leguas. La imprevisión e improvisación del virrey le resultaba abismante, toda vez que había sido advertido de ello con mucha antelación. Don Blas escribió a don Julián de la Cuadra, marqués de Villaria y ministro de Felipe V: “Quisiera omitir lo prolijo de esta narración, pero las circunstancias que han procedido de abandono y omisión en esta grave materia, no obstante anticipadas órdenes de Su Majestad para el resguardo de esta plaza y encargo con que me hallo para su consecución, me precisa a exponer, aun contra mi genio, que solo los efectos de la Divina Providencia han sido causa para lograr por entero que esta ciudad y comercio no experimentasen su total ruina, sin que causa humana en lo natural pudiese contrarrestar las fuerzas que vinieran por el lamentable estado en que se hallaban. Parece mentira que una ciudad amenazada del enemigo, con anticipadas noticias del rey para su resguardo, no tuviese un repuesto de víveres para seis meses y fuese tal la escasez de los depositados que precisase valerme de la fuerza de las que tenía para las tripulaciones de mis navíos”.
Lezo tomaba sus precauciones, pues ya había tenido una experiencia similar con el virrey del Perú que no había quedado suficientemente documentada. Esta vez iría dejando las cosas escritas y bien claras.Los conflictos entre ambos continuaron. Mientras el grueso de las naves británicas continuaba frente a Bocachica Vernon intentó un desembarco en La Boquilla que fue rechazado, lo que dejaba al castillo San Luis como la única opción de ataque. Eslava mantenía sus escasas fuerzas repartidas en distintos puntos de la costa, pero accedió a enviar a Lezo otros 150 soldados. En un sorpresivo giro al día siguiente cambió de opinión y los pidió de vuelta junto a una cantidad de víveres. Los oficiales estaban estupefactos pero Desnaux insistió que las órdenes del virrey no podían ser discutidas. Y no se discutieron, pero como consecuencia directa el almirante debió retirar más tripulaciones de sus barcos enviando esos hombres a lugares que no estaban en peligro inminente. El 20 de marzo la mayor parte de la inmensa flota inglesa estaba frente a San Luis y comenzó un bombardeo incesante.
La insuficiencia de recursos inspiró a Lezo a idear otras formas de combate, tal como lo había hecho en ocasiones anteriores. Ordenó cargar las baterías con extraños proyectiles dobles soldados con un perno que los sujetaba en forma de mancuerna. La batalla fue muy cruenta, con decenas de muertos en ambos bandos en tanto muchos buques británicos quedaban paralizados por esos proyectiles que destruían sus velas y cuerdas. Otros navíos
concentraban ataques selectivos sobre distintos puntos de la costa, especialmente hacia el castillo San Felipe. Ante la creciente cantidad de bajas su defensor Lorenzo de Alderete dispuso la retirada dejando atrás muchos heridos imposibles de trasladar. Con una cincuentena de hombres y otros tantos que estaban fuera de los frentes de combate logró llegar a San Luis. Vernon había debilitado las defensas hasta tal punto que ahora un desembarco parecía más factible.
Pero aún le deparaban otras sorpresas. Lezo hizo poner rampas bajo los cañones del castillo, así como del vecino fuerte San José, con lo que aumentó notablemente su alcance dañando embarcaciones que no estaban en la primera línea. Ello fue reforzado por un ataque por mar de dos naves, entre ellas La Galicia, en que Lezo se embarcó. Dispararon desde ambos costados a un buque de gran envergadura que intentaba atravesar la entrada de la bahía seguido de otros tres. Los españoles perdieron gran parte de su tripulación pero forzaron la retirada de las naves invasoras. El bombardeo continuó toda la noche. Los trescientos hombres que defendían la plaza no podían descansar mientras las naves enemigas alternaban sus líneas de ataque.
Aunque las defensas de Bocachica estaban ya muy debilitadas, para Vernon seguía resultando difícil atravesarlas. Necesitaba desembarcar tropas de tierra. Varias avanzadas de inspección lo hicieron en distintos
puntos prácticamente desguarnecidos. En uno de esos acercamientos a la costa lograron evadirse dos marinos mercantes canarios que habían sido apresados cerca de Portobelo. Llevados a la presencia de Lezo le manifestaron que los ingleses habían interceptado correos de Eslava al almirante Torres en La Habana. Solo entonces pudo confirmar que Torres no estaba en Santa Marta y que la información le había sido ocultada. Pero le transmitieron algo todavía más inquietante: Vernon planeaba forzar un desembarco en La Boquilla con catorce mil hombres, una fuerza imposible de contrarrestar. Todo parecía perdido.
Entretanto los combatientes de San Luis estaban exhaustos, con escasas municiones y faltos de provisiones. Era necesario abandonar el castillo para dificultar el desembarco en La Boquilla. Todos sus oficiales coincidieron en hacerlo menos el coronel Desnaux, quien le representó que no debía desobedecer la orden del virrey de permanecer en el fuerte hasta que éste dispusiera su evacuación.
El bombardeo se reanudó con nuevos bríos. La defensa se hacía insostenible. Eslava llegó al castillo, indignado por el frustrado intento de insoburdinación, insistiendo al almirante que Torres llegaría en cualquier momento. Ahora era el virrey el desinformado. Fuera de sí Lezo le respondió que estaba enterado que aquel estaba en La Habana, agregando que los correos que le enviara el virrey habían sido interceptados.
Cuando el fuego amainaba aumentaban los desembarcos con instalación de baterías. La escasa resistencia que españoles y granadinos pudieron oponer fue sin embargo suficiente para causar numerosas bajas en las filas enemigas. Pero ya eran miles los ingleses en tierra. Seiscientos de ellos habían logrado emplazar su artillería en La Boquilla.
A bordo de La Galicia Lezo recorría la entrada de Bocachica y cada lugar donde estaban sus agotadas tropas, mientras desde la altura de las dos fortalezas todavía lograban dañar las velas del adversario con las novedosas balas enramadas. Quince días de duro combate habían transcurrido cuando Eslava pidió embarcarse en la nave madre junto a don Blas. Aproximarse a la entrada significaba recibir fuego enemigo y ello sucedió. Certeros cañonazos alcanzaron el mástil y la cubierta, causando numerosas bajas e hiriendo con astillas al virrey y al almirante. En los días siguientes los combates navales aumentaron una vez que las naves enemigas lograron destruir la red de cadenas.
Ahora se combatía en tierra y en el mar. Una pared del castillo se derrumbó y las maestranzas no disponían de plomo para fabricar balas. El propio Desnaux pidió esta vez al almirante que diera la orden de evacuar el castillo, el que no podría resistir el ingreso de miles de británicos. La orden se dio y los defensores debieron salir luchando a bayoneta calada. Unos trescientos españoles y granadinos enfrentaron a dos mil americanos de Washington en una
batalla sin tregua. La bandera blanca levantada por Desnaux no fue respetada. Apenas unos cincuenta lograron escapar con vida, incluidos los que hasta entonces se mantenían en la vecina fortaleza San José. La flota británica había sufrido decenas de bajas pero de los seis navíos defensores tres habían sido hundidos y la nave capitana, casi destruida, debió ser abandonada y cayó en poder de los ingleses. Antes de dejarla Lezo guardó su diario entre sus ropas.
Ahora los navíos españoles disparaban contra la fortaleza ocupada por los invasores. Los pocos marinos que se habían mantenido en sus puestos para facilitar la retirada también fueron alcanzados por balas de sus compatriotas. Un curioso dato registrado en el diario del almirante da cuenta que San Luis recibió más de seis mil bombas y dieciocho mil cañonazos. Las pérdidas británicas se estimaron en mil ochocientas y diez navíos. Pero seguía representando una fuerza inmensamente superior frente a las dos naves y unos mil quinientos replegados defensores españoles.
“…Ahora se combatía en tierra y en el mar. Una pared del castillo se derrumbó y las maestranzas no disponían de plomo para fabricar balas. El propio Desnaux pidió esta vez al almirante que diera la orden de evacuar el castillo…”
Vernon consideró que el triunfo estaba alcanzado. Solo debía desplegar sus buques por el interior de la bahía mientras los miles de hombres desembarcados tomaban las posiciones estratégicas. La noticia debía ser prontamente comunicada a su gobierno, por lo que envió a la fragata Spencer a dar el aviso. El 17 de mayo Londres se enteraba de la decisiva victoria, que anunciaba la próxima conquista de la América española. La algarabía fue total, desfiles y campanas al vuelo celebraron la gesta.
Se emitieron medallas y monedas en que Blas de Lezo aparece arrodillado entregando su espada al almirante inglés. En el Museo Naval de Madrid y el Museo Nacional de Colombia se conservan varias de ellas en que se lee: “La arrogancia española humillada por el almirante Vernon” y “Los héroes británicos tomaron Cartagena”. Un hermoso himno fue compuesto para la ocasión por Thomas Arne: “Rule Britania, Britania rules the waves…”. En la prisa por continuar su marcha los ingleses dejaron insepultos a muchos de sus muertos, quedando las guarniciones de los lugares ocupados expuestas a las pestes, por entonces muy comunes en el Caribe. La fiebre amarilla ya había dado cuenta de combatientes de ambos bandos. En los días siguientes abundaron las arengas patrióticas de Lezo, instando a dar la vida por España y por el rey. Se tapiaron las puertas de entrada a la ciudad y se continuó ampliando el foso alrededor del castillo San Felipe, el último bastión, para que las escaleras de asalto no alcanzaran la parte superior de las murallas.
Y surgió una nueva controversia. El virrey ordenó hundir las dos naves restantes, arguyendo que no podrían resistir el fuego enemigo y que en el fondo del mar podrían representar un obstáculo para el avance enemigo. El almirante se opuso rotundamente, calificando la idea de locura. Para él era necesario que ambos buques combatieran hasta el límite de sus fuerzas antes de ser echados a pique, señalando además que la profundidad del océano era demasiada para que al hundirlos pudiesen ser un verdadero obstáculo. En su indignación Lezo ofendió gravemente a su superior: “Pienso que os habéis declarado como el mayor enemigo de la marina española con vuestros actos”. Así las cosas uno de ellos estaría expuesto a un posterior juicio de responsabilidades si sobrevivía, e incluso si fallecí
Esa noche los navíos Dragón y Conquistador fueron desmantelados y hundidos. Con ello desaparecía lo que quedaba de la flota española. En la confusión una fragata francesa enviada desde La Habana con provisiones logró ingresar a la bahía, siendo perseguida por dos naves inglesas. Al aproximarse a las defensas estas emprendieron el regreso sin ser atacadas. Luego, con el mismo razonamiento anterior, Eslava dispuso hundir la fragata. Lezo confrontó nuevamente al virrey: “Os he entregado cuatrocientos hombres de mar para que el capitán de artillería los dirigiese en las baterías y ni siquiera están en sus puestos para estos casos señor virrey. ¡Estáis comprometiendo gravemente las defensas de Cartagena
señor, y esta es una traición al rey!”. En ese momento una embarcación inglesa con 70 cañones se acercó y abrió fuego contra el cercano castillo Cruz Grande, que ya había sido evacuado por orden de Eslava. Al comprobar que no recibía respuesta, el capitán inglés desembarcó para tomarlo, izando en él su bandera, tras lo cual toda la armada se fue acercando al son de música de guerra y batir de tambores, a fin de aterrorizar a los españoles y granadinos del castillo San Felipe.
Don Blas recorrió a caballo las tierras que circundaban esa fortaleza, distribuyendo a sus hombres y reforzando su preparación para el combate cuerpo a cuerpo, lo que había sido una constante con las tripulaciones de las naves que comandó durante la Guerra de Sucesión en su preparación para el abordaje de los buques enemigos. Pero la relación con el virrey estaba irremediablemente rota. Las recomendaciones que le daba no eran escuchadas, por lo que tomó la dura decisión de pedir su relevo “porque no deseo vivir engañado bajo apariencias de disposiciones nada convenientes al servicio del rey y deshonra a los hombres de mi carácter”. Ello sí fue acogido y Lezo recibió órdenes de mantenerse en la ciudad, fuera del centro de combate.
Uno a uno cayeron los puntos estratégicos en tierra. El 17 de abril los ingleses tomaron el convento de La Popa, ubicado en la cima de un cerro a menos de un kilómetro del castillo San Felipe. El virrey había asumido el mando
directo de toda la fuerza restante, dirigiendo una relativamente exitosa defensa de La Boquilla, en que Vernon no logró desembarcar oportunamente tropas necesarias para avanzar hacia la ciudad. Pero finalmente los españoles fueron desalojados.
Los marinos de Lezo estaban exasperados y al borde de la rebelión por la ausencia de su jefe. Venciendo a duras penas su orgullo Eslava hizo llamar al almirante y le pidió que asumiera la defensa del castillo. Resistir únicamente dentro de la fortaleza sería inútil, por lo que Lezo decidió llevar la lucha que se avecinaba a tierra firme. Convocó a mujeres y a hombres que no estaban en edad o en condiciones para combatir y los puso a cavar una larga y zigzagueante trinchera. En la noche cientos de ancianos, mujeres y niños llevaban provisiones desde la ciudad. Muchas pérdidas hubo en esas tareas porque los disparos continuaban, aunque con menor intensidad. Vernon prefería esperar que todas las baterías desembarcadas en los distintos puntos se pudiesen concentrar alrededor de San Felipe para el ataque final y definitivo.
Observando de cerca su objetivo concluyó que el bombardeo al castillo no sería suficiente por su altura y la solidez de sus murallas. También concluyó que debía poner tropas en tierra, por cuanto eso obligaría a los españoles a salir de la fortaleza a fin de evitar su toma. Por cierto ignoraba que su adversario había razonado de igual forma y estaba preparado para ello.
De cualquier manera los veinte mil hombres de la fuerza invasora debían prevalecer. El riesgo de derrota no existía. La bahía estaba ocupada por decenas de embarcaciones que no encontraban resistencia, entre las cuales estaba La Galicia, ahora restaurada y con bandera inglesa. La suerte de Cartagena estaba echada. El plan de Vernon encontró resistencia entre sus generales. Wentworth y De Guise le plantearon que los navíos debían desempeñar el rol principal, bombardeando incesantemente la fortaleza hasta su caída. Ya habían observado la extensa trinchera y estimaban que la lucha en tierra enfrentaría dificultades y costaría muchas vidas. Pero Vernon no cedió. Consideraba que los cañones por sí solos no destruirían el castillo y que sus naves quedarían demasiado expuestas al fuego desde la altura. Dispuso ataques por cuatro frentes, uno de ellos dirigido por Lawrence Washington, quien se había ganado el respeto de los ingleses después de los éxitos obtenidos en Bocachica.
En la madrugada del 20 de abril comenzó el ataque por tierra. Miles de británicos avanzaron por oleadas hacia las laderas del castillo defendido por seiscientos cincuenta hombres. Vernon disponía de muchos combatientes por si la operación se ralentizaba y, en todo caso, sus naves también seguirían activas, mientras desde el cerro La Popa el cañoneo sería muy intenso. La ordenada formación característica inglesa se fue perdiendo al aproximarse a las irregulares trincheras.
Con todo desde el frente oriental el coronel Wynwyard pudo llevar a sus hombres hasta el foso, provistos de escaleras, cuerdas y garfios, sufriendo grandes pérdidas al recibir desde lo alto piedras, aceite hirviendo y balas de cañón. De nada sirvió; las escaleras basadas en el fondo del foso resultaban demasiado cortas. Lo mismo sucedió en los flancos norte y sur. En el frente occidental Washington arengaba a sus virginianos para avanzar a pesar de sus pérdidas, pero quedó en medio de dos fuegos al recibir el embate de los defensores que todavía se parapetaban en las trincheras.
Pero Vernon todavía tenía tropas de refresco y sus disparos de artillería desde La Popa causaban estragos en las filas españolas. Sin embargo había una dificultad adicional: el irregular suelo estaba cubierto de heridos y cadáveres. Aves de rapiña, insectos y roedores contribuían a un espectáculo tétrico y deprimente. El avance se hacía demasiado lento y cada vez más riesgoso. Los navíos que se aproximaban recibían fuego desde la altura por lo que debieron retroceder.
En el fuerte secundario de Manzanillo los ingleses pudieron avanzar, pero fue a costa de debilitar el vecino montículo, más cercano al castillo. La lucha en las trincheras era incesante. Los atacantes superaban a los defensores en proporción de cuatro a uno, pero los primeros eran en su mayoría marinos poco preparados
para el combate cuerpo a cuerpo, en tanto que los hombres de Lezo habían recibido acabada instrucción en tal sentido.
Pero españoles y granadinos estaban agotados, sin posibilidad alguna de relevo, en tanto que seguían apareciendo nuevas oleadas de británicos. Tarde o temprano el castillo caería.
Y vino lo impensable. Consciente que continuar combatiendo según el plan diseñado lo llevaría a una derrota segura, Lezo ordenó al coronel Desnaux abrir las puertas del castillo. Este último, tan cercano al virrey y respetando su orden anterior de resistir hasta el final al interior de la fortaleza, se opuso tajantemente aduciendo que ello facilitaría su toma por un enemigo muy superior. Pero el almirante no cedió: “¡Abrid las puertas como os ordeno coronel! No hay tiempo que perder. ¡Es ahora o nunca!” Las puertas se abrieron y por ellas se lanzaron a la carga trescientos marinos, que al menos no habían sufrido el desgaste del duro combate en tierra.
Descendieron gritando y a bayoneta calada sobre los numerosos pero exhaustos británicos. Los españoles luchaban como enloquecidos mientras su líder se desplazaba dificultosamente con su pata de palo y los arengaba desde la altura. Los primeros en descender cayeron abatidos por el fuego enemigo, pero el avance

Fragata de Blas de Lezo remolcando al buque británico Stanhope. Autor Desconocido. 1820. Museo Naval de Madrid. Fuente: Wikimedia Commons
avance continuó sin pausas, hasta que la primera línea de 400 ingleses que no salían de su asombro comenzó a retroceder en pánico y en completo desorden, arrastrando en su carrera a quienes los seguían. Ya nadie escuchaba órdenes. La retirada se hizo general, pero en forma de estampida. Los excitados defensores, ahora atacantes, no tuvieron piedad y continuaron hasta La Popa, donde solo quedaban artilleros, que también huyeron despavoridos. Lo mismo sucedió en el pequeño fuerte San Sebastián del Pastelillo, donde un puñado de ingleses combatió heroicamente hasta su aniquilamiento.
Las enfermedades y las pestes causaron todavía más estragos, especialmente en el bando invasor. Sus muertos en batalla fueron estimados en dos mil quinientos, más unos siete mil heridos, en tanto que pestes y enfermedades les causaron unas seis mil bajas. Otros más fallecieron durante el regreso. En su confiado ataque final, prolongado fuera de todo pronóstico, escasearon las provisiones, por lo que el regreso a las naves fue la culminación de una tragedia.
La peste afectó a atacantes y defensores. Durante los combates nadie enterró a los muertos, unos porque estaban sitiados, otros porque estaban exhaustos. Antes de marcharse los ingleses volaron el castillo de Cruz Grande y lo que quedaba de San Luis. Vernon envió un estafeta con un último mensaje a Lezo: “Hemos decidido retirarnos, pero para volver muy pronto a esta plaza después de reforzarnos en Jamaica”. La inmediata respuesta fue: “Decidle a Vernon que para venir a Cartagena es necesario que su rey construya otra escuadra mayor, porque esta solo ha quedado para transportar carbón”.
Unos cincuenta navíos británicos fueron hundidos, destruidos o abandonados sin condiciones de navegar, además de un arsenal de mil quinientos cañones y pertrechos de todo tipo que quedó en el campo de batalla. Españoles y granadinos sumaron ochocientos muertos y mil doscientos heridos. No más de quinientos resultaron ilesos. Doce días tardó Vernon en embarcar a su maltrecha tropa luego de recoger a los heridos que pudo evacuar bajo el fuego de españoles y granadinos. Cartagena estaba
a salvo. También el imperio español en América.
Edward Vernon falleció en 1757. Su sobrino, lord Francis Orwell logró que se le erigiese un panteón en Westminster, donde se lee: “Sometió Chagres y en Cartagena conquistó hasta donde la fuerza naval pudo llevar la victoria”.
En Cartagena hubo alivio pero no celebraciones. Demasiados duelos y enfermedades dejaron un ambiente lúgubre. Pero Sebastián de Eslava aun rumiaba su humillación. Escribió al rey solicitando un ejemplar castigo para el almirante, acusándolo de insoburdinación e incompetencia. Inquieto por el diario de cuya existencia sabía pero que no llegó a conocer, agregaba que adolecía de “achaques de escritor”.
Luego procedió a redactar su propio diario de guerra, escrito en tercera persona, atribuyéndose el mérito de la épica victoria y dejando a Lezo como un gran ausente en el frente de batalla. Informado del envío de estas misivas don Blas cayó en profunda depresión y se recluyó enfermo en su casa, de la que no volvió a salir. Siempre estuvo acompañado por Josefa y sus hijos pero pocos lo visitaban, acaso temerosos de la ira del virrey.
Entre ellos estaba su fiel capitán Lorenzo de Alderete, a quien entregó su preciado diario con el encargo de hacerlo llegar al rey Felipe, lo que nunca sucedió. Sintiéndose enfermo y aquejado por la peste, hizo a Alderete una última petición: que a la entrada de la ciudad se instalase una placa que dijera: “Ante estas murallas fueron
humilladas Inglaterra y sus colonias”. Solo en 2011 se cumpliría este deseo. El 7 de septiembre de 1741, a los 52 años de edad, Blas de Lezo falleció. Sus sueldos pendientes no le habían sido entregados. No hubo dinero para un digno entierro, ni una lápida, ni una inscripción con su nombre. Se ignora el lugar de su tumba.
El 21 de octubre Felipe V, a quien sirvió durante toda su vida, emitió la orden que destituyó al ya fallecido Blas de Lezo de su puesto de comandante, disponiendo su regreso a España para ser sometido a un juicio de responsabilidades. Eslava fue nombrado Marqués de la Real Defensa.
No hubo una biografía ni un relato fidedigno de su hazaña. Solo un siglo después, a pedido de la Marina española, Isabel II le otorgó en forma póstuma el título de Marqués de Oviedo y dispuso que desde entonces una nave española llevara su nombre. Pero recién en 2005 el historiador colombiano Pablo Victoria encontró su diario, oculto y olvidado en el Archivo Histórico de Madrid, y lo dio a conocer en su opúsculo “El día en que Cartagena derrotó a Inglaterra”. A partir de una iniciativa del también vasco Iñigo Paredes, se inició una campaña de recolección de firmas para erigirle un monumento, con el respaldo de la Marina y del Ayuntamiento de Madrid. Este fue inaugurado por el rey Felipe VI en la Plaza Colón de esa ciudad en noviembre de 2014, el mismo mes en que Victoria editaba su libro “El día que España derrotó a Inglaterra”.
Ya en 1995 en Cartagena de Indias se había erigido otra estatua en su memoria.
1. Con ocasión de la conquista de Portobelo en Londres circularon monedas y medallas conmemorativas con lecturas tales como “Vernon siempre victorioso” y “Con solo seis navíos tomó Portobelo”.
2 El comodoro Anson enfrentó una dura travesía. Las inclemencias del tiempo le hicieron perder la mitad de su flota y la mayor parte de su tripulación. Esperaba encontrar naves amigas en Valdivia y después en Juan Fernández, pero las difíciles comunicaciones y su retraso se lo impidieron, por lo que fue al puerto chino de Macao, donde reparó sus embarcaciones y regresó a Inglaterra. En ese viaje tuvo la fortuna de toparse con el barco mercante español Nuestra Señora de la Covadonga, con una valiosa carga plata, que fue remolcado a Londres, donde fue recibido triunfalmente. Más tarde fue nombrado Lord del Almirantazgo.
