LAS HUMANIDADES COMO RETORNO A LA REALIDAD
Podría pensarse que el inmenso desarrollo que ha tenido la ciencia experimental ha agudizado la captación y comprensión que el hombre tiene de las cosas. Hoy se elaboran instrumentos cada vez más sofisticados que permiten medir y cuantificar detalladamente los objetos de estudio que se pretenden abordar.
Sin duda, la utilización del método analítico ha permitido a las disciplinas experimentales avanzar en el conocimiento especializado de la realidad, de modo que su utilización ha posibilitado grandes avances, los que evidentemente han redundado en una serie de beneficios para la humanidad. Ahora bien, pese a los adelantos conquistados por las ciencias empíricas, cabe preguntarse si efectivamente los hombres han ensanchado o acrecentado verdaderamente la capacidad de conocer la realidad.
Josef Pieper en una serie de meditaciones recogidas en una breve obra publicada bajo el título Solo quien ama canta, realiza una certera observación sobre la actitud de los hombres contemporáneos, frente a la observación de la realidad, afirmando que: La facultad del hombre de ver está en declive. Aquellos que se ocupan actualmente de la cultura y la educación constatan este hecho una y otra vez. No nos referimos aquí, evidentemente, a la sensibilidad fisiológica del ojo humano. Nos referimos a la capacidad espiritual de percibir la realidad visible tal y como es en realidad. (p. 29.)
Para el filósofo alemán el hombre de nuestro tiempo, al estar sumergido en un mar de estímulos, ha perdido la capacidad de ver detenidamente lo que le rodea, incluso el mundo sensible con toda su multiforme riqueza parece pasar desapercibido ante sus ojos.

René Decartes Frans Hals (1649 - 1700) Fuente Web: Wikimedia Commons
“…De hecho, Descartes consideraba que disciplinas como la física eran un tipo de saber superior al puramente teórico porque permitirían al hombre el dominio de la naturaleza…”
Pieper agrega que, si bien es imposible agotar el conocimiento de la realidad, existe un nivel mínimo de percepción de lo real que el hombre debe conservar para no colocar en riesgo su propio bien. Finalmente, concluye lapidario, que ya hemos llegado a ese límite y que la pérdida es grave, puesto que lo que está en juego es nada menos que la riqueza interior fundamental del hombre, o bien, en caso de prevalecer la amenaza, su pobreza interior más abyecta. (p.33)
Ahora, si la capacidad que el hombre tiene para captar la realidad en su dimensión más palmaria y sensible ha disminuido, el conocimiento de las capas más profundas de lo real parece haberse eclipsado definitivamente. Las preguntas relacionadas con el sentido o la esencia de la existencia humana son muchas veces resueltas de modo muy superficial o, bien, son rápidamente despachadas, recurriendo a cómodos lugares comunes, anestesiando aún más, la ya adormecida conciencia del hombre contemporáneo. Durante siglos, el estudio de la filosofía y la teología, el trato con las grandes obras de la literatura universal, con el arte, con la arquitectura y la música, fueron considerados indispensables para poder acceder a lo real. Sin embargo, en la modernidad comenzó a gestarse un nuevo modo de ver los alcances y límites del conocimiento humano.

Portada Programa Peasron de Humanidades Fuente Web: Infovaticana
La capacidad de la inteligencia humana para captar, de forma verdadera, el núcleo más esencial de la realidad fue puesto en entredicho, puesto que se empezó a considerar que el hombre sólo podía conocer con certeza y objetividad aquello que puede ser demostrado empíricamente. Revisemos brevemente este punto.
LA PRIMACÍA DE LA CIENCIA EMPÍRICA
El espíritu que caracterizó la época moderna tiene en Rene Descartes a uno de sus primeros representantes. El padre del racionalismo moderno se propuso crear un método que permitiese a toda ciencia, incluida la filosofía, alcanzar certezas indubitables, con la evidencia propia de las demostraciones matemáticas. El fin que Rene Descartes perseguía con el estudio matemático y experimental de la naturaleza era más bien pragmático, pues confiaba que con este tipo de conocimiento se obtendrían valiosos beneficios para la vida de los hombres. De hecho, Descartes consideraba que disciplinas como la física eran un tipo de saber superior al puramente teórico porque permitirían al hombre el dominio de la naturaleza.
En un citado pasaje del Discurso del Método, Descartes señala este punto : “…en lugar de esa filosofía especulativa que se enseña en las escuelas es posible encontrar una práctica mediante la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, el agua, el aire, los astros, los cielos y todos los demás cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, los podríamos emplear del mismo modo para todos los usos a que
se prestan y convertirnos así en una especie del dueños y poseedores de la naturaleza…” (p. 6)
Francis Bacon en la misma línea en su Novum Organum declara también la superioridad de la finalidad pragmática del saber, señalando que: “…No hay para las ciencias otro objeto verdadero y legítimo, que el de dotar la vida humana de descubrimientos y recursos nuevos:..” (I, n.81). Evidentemente , desde esta perspectiva, detenerse en precarias y dudosas reflexiones sobre las esencias de las cosas resulta prácticamente pueril.
Etienne Gilson en su libro De Aristóteles a Darwin (y vuelta), destaca precisamente que para el cientificismo moderno la especulación sobre el sentido de las cosas es inútil. El conocimiento de la finalidad de los seres, entonces, debe ser postergado para concentrarse en ser dueños de la naturaleza. A partir de esta reduccionista perspectiva, se terminará por identificar lo pragmático con lo verdadero. Es así como la contemplación de la realidad sensible y de la inteligibilidad que en ella se esconde, central en el pensamiento aristotélico, deja de ser considerada necesaria, pues se juzga que los réditos que pueden obtenerse con el método analítico son más importantes que los entregados por la reflexión metafísica.
Gilson destaca que Aristóteles es movido por un espíritu muy diferente, pues buscaba entender el orden y sentido de todos los seres, incluso hasta el del más insignificante, pero, por el puro delite que significaba conocerlos.
En ese sentido, Gilson observa que la crítica que hacen Descartes y Bacon al Estagirita de realizar una investigación inútil reviste bastante ingenuidad, pues lo que precisamente caracteriza a un auténtico filósofo como lo fue Aristóteles es el estudio desinteresado y gozoso de todo lo que existe. Gilson aclara que, si bien la reflexión aristotélica sobre la esencia y el fin de la realidad no busca el dominio de la naturaleza, es un estudio valioso por sí mismo y que, por tanto, no necesita de una justificación práctica para tener sentido. Así lo expresa Gilson: “…La consideración de la belleza de un organismo vivo es para quien descubre el orden y la adaptación mutua de sus partes, tan inútil como la de un hermoso cuadro o una bella estatua, o una bella máquina; no está menos dotada de existencia y es señal sensible de una inteligibilidad oculta. Su inutilidad radica en que la belleza es un fin en sí, no un medio con vistas a otra cosa…” (p. 58)
Ahora bien, el predominio de las disciplinas experimentales se irá consolidando, hasta que en los siglos XIX y XX se consolidará con fuerza en la conciencia de los hombres la idea de la superioridad de las ciencias empíricas y de la técnica respecto de los saberes humanísticos. Además, como las interrogantes sobre el significado del mundo no pueden ser abordadas desde un prisma empírico, se concluirá que en este plano no se puede alcanzar ningún tipo de certeza. Esto desembocará en una visión nihilista de la naturaleza y del hombre. En efecto, en la modernidad el mundo queda como vaciado de contenido.
Se niega que sea portador de una finalidad inmanente que pueda ser comprendida. No es de extrañar, entonces, que las filosofías existencialistas que se desarrollan posteriormente terminarán por ver la vida humana como un completo absurdo.
Sin duda, la concentración en el estudio de los aspectos cuantificables de las cosas es útil para el cultivo del conocimiento especializado. Pero si se quiere alcanzar un conocimiento más esencial y unitario de lo real, se requieren de las humanidades. La riqueza y complejidad de la realidad necesita de los conocimientos empíricos y matemáticos, pero también de los humanistas. Declarar taxativamente la superioridad de un tipo de saber sobre otro, supone siempre un empobrecimiento en la comprensión de la realidad. La perspectiva del científico que intenta entender la composición y el funcionamiento del mundo, el punto de vista del esteta que busca deleitarse en su belleza o del filósofo que busca entender su significado, no son contrarias entre sí, sino complementarias. Y, si se trata de encontrar respuestas a las interrogantes relacionadas con el sentido de la realidad, las humanidades resultan indispensable. Revisemos un caso de enseñanza de las humanidades que ilustrará las ideas que hemos pretendido esbozar.
UNA EXPERIENCIA QUE VALE LA PENA CONOCER
En los años 70 un profesor de literatura y cultura clásica llamado John Senior en conjunto con los profesores Denis Quinn y Frank Nelick crearon en la universidad de Kansas el seminario Pearson de Humanidades Integradas (IHP).
Este programa conmocionó y conmovió profundamente la vida de muchos de sus estudiantes. En el IHP Senior, Quinn y Nelick buscaban dar a conocer las grandes obras filosóficas, literarias y artísticas de occidente. Los tres profesores realizaban sus clases conversando sobre aspectos de la Odisea o sobre alguna obra de Platón, mientras sus alumnos observaban absortos el diálogo que mantenian sus maestros.
El programa Pearson de Humanidades no buscaba simplemente formar hombres eruditos, sino algo más profundo, procuraba el retorno de sus alumnos a la realidad. Si bien lo central del programa consistía en la realización de las clases antes descritas, Senior constata una y otra vez que sus jóvenes estudiantes no solo carecían de conocimientos culturales básicos, sino que también, acostumbrados a vivir en grandes ciudades, se encontraban desenraizados, desligados de la realidad sensible.
Senior sabía que la inteligencia de sus alumnos reflexionaría de un modo más fructífero si les ayudaba a cultivar sus sentidos, imaginación y memoria. Es por esto, que el programa consideraba, entre otras actividades, escuchar música, memorizar poesías, leer a Dickens, a Tomás de Aquino, bailar vals y tumbarse en el suelo a observar las estrellas. Los mismos estudiantes comenzaron a organizar actividades como paseos en el campo o comidas al aire libre, desarrollando de este modo, una nueva relación con la realidad. Se encarnaba, de esta manera, la idea que tenía Senior de educar a sus estudiantes con los pies arraigados en la tierra y la mirada puesta en las estrellas.

“…La perspectiva del científico que intenta entender la composición y el funcionamiento del mundo, el punto de vista del esteta que busca deleitarse en su belleza o del filósofo que busca entender su significado, no son contrarias entre sí, sino complementarias…”
Otro elemento que debe mencionarse del IHP es que el cultivo de la filosofía, la literatura, el arte y la danza se realizaba desde una perspectiva realista. Esto significa que Senior y sus amigos partían de un principio de sentido común que muchas veces no es reconocido, a saber, que la realidad existe independiente del sujeto cognoscente y que puede ser conocida, más allá del plano empírico, con objetividad y profundidad. Evidenciar estos principios les permitió transmitir a sus alumnos que la verdad existe y que consiste en la adecuación de la inteligencia a lo que la realidad es. Progresivamente los estudiantes se iban convenciendo de la capacidad que el hombre tiene de conocer la realidad, cultivando un espíritu abierto a la verdad.
El programa se hizo muy popular pero finalmente a poco andar fue cancelado. Sin que sus creadores lo buscarán “programáticamente”, ni tampoco explícitamente, el IHP provocó que algunos estudiantes se convirtieran al catolicismo. Por este motivo, la Universidad abrió una investigación administrativa en la que se pretendía aclarar si los profesores intentaron adoctrinar a sus estudiantes. Se demostró que no era así. Sin embargo, el programa perdió el apoyo de la Universidad y cerró definitivamente.
La influencia de John Senior y del seminario Pearson permanece hasta nuestros días. Uno de los discípulos de Senior, Francis Bethel publicó recientemente el libro John Senior y la restauración del realismo. En este libro Bethel relata la “epopeya” intelectual y vital de su maestro, describiendo y analizando las características del Programa Pearson de Humanidades. Bethel destaca la importancia de contactar al hombre actual con las humanidades. Señala que las grandes obras filosóficas, literarias y artísticas son, “…en definitiva, gloriosas celebraciones del ser, puesto que contienen significaciones que permiten una profundización en lo real, que no puede ser alcanzada con las ciencias experimentales…” (p. 130).